Las bibliotecas y los conflictos armados
En nuestro blog, como así en nuestro programa radial, hacemos especial hincapié en la preservación del patrimonio cultural. Archivos audiovisuales, obras de arte, documentos, libros y bibliotecas son una parte fundamental de la historia de un país y es importante su cuidado y preservación.
Continuando con este tendencia, contamos nuevamente con la colaboración de un especialista en el tema. Se trata de Fernando Báez, especialista venezolano en la historia de la destrucción de libros y bibliotecas.
Esperamos que disfruten leer este excelente texto, que fue publicado en una revista española.
Las bibliotecas
y los conflictos armados
por Fernando Báez
“En verdad, son innumerables las pérdidas
que han causado las guerras al sector de los libros”
Richard de Bury, Philobiblon, VII
I
Los primeros libros de la humanidad están en ruinas.
Un hallazgo arqueológico, realizado en 1924, ha demostrado que los libros más antiguos conservados hasta ahora,[1] localizados en el estrato IV del templo de la diosa Eanna, en la ciudad de Uruk, fueron destruidos no por acción de la naturaleza sino por un conflicto armado contra este asentamiento. Las tablillas fueron encontradas en fragmentos, pulverizadas o quemadas, y pueden fecharse entre los años 4.100 ó 3.300 a.C.
Lo peor no es que esto haya sucedido sino que se convirtió en una constante. El Himno a Ishbierra, un escrito babilónico de hace 40 siglos, establecía como objetivo de un ataque: «sobre la orden de Enlil de reducir a ruinas el país y la ciudad de..., le había fijado como destino aniquilar su estructura cultural.»[2] De alguna forma, es el primer texto donde se propone una guerra cultural. En la ciudad de Ebla, la más importante región paleosemita de Siria, la biblioteca fue abandonada cuando el Palacio Real fue atacado e incendiado y miles de tablillas reducidas a fragmentos.
Asurbanipal, soberano asirio desde el año 668 hasta el año 627 a.C., creó una de las mayores bibliotecas del mundo antiguo en Nínive. Se dice que estimuló la compilación de los clásicos y creó leyes contra la destrucción de libros: «Quien rompa esta tableta o la coloque en agua[...]Asur, Sin, Shamash, Adad e Ishtar, Bel, Nergal, Ishtar de Nínive, Ishtar de Arbela, Ishtar de Bit Kidmurri, los dioses de los cielos y la tierra y los dioses de Asiria, pueden todos maldecirlo.»[3]. Por desgracia, hacia el año 612 a.C., babilonios y medos destruyeron Nínive y arrasaron parte de su colección, que fue recuperada por arqueólogos sólo en el siglo XIX.
En el año 331 a.C., Alejandro Magno, ya divinizado, se dirigió a Persépolis y ocupó el palacio. Se cuenta que una hermosa hetaira ateniense llamada Tais lo retó a incendiar el palacio para vengar las afrentas de los griegos. Alejandro, completamente ebrio, se levantó y junto con sus más fieles amigos se dedicó a destruir Persépolis, y como el palacio tenía madera de cedro, ardió hasta sus cimientos. El tesoro de Persépolis fue transportado en 20.000 mulas y 5.000 camellos. En la introducción al Arta Viraf Namh o Libro Verdadero de la Ley se señaló que «el maldito Ahrimán, el condenado, para hacer perder a los hombres la fe y el respeto de la ley, impulsó al maldito Iskander el griego [Alejandro], a venir al país de Irán para traer a él la opresión, la guerra y los estragos. Pilló y arruinó la Puerta de los Reyes, la capital. La Ley, escrita en letras de oro sobre pieles de buey, se guardaba en la fortaleza de los escritos de la capital. Pero el cruel Ahrimán suscitó al malhechor Iskander y éste quemó los libros de la Ley e hizo matar a los hombres prudentes, a los legisladores y a los sabios[…].»[4]
Más del 80 por ciento de la literatura y la ciencia egipcia se perdió: hoy tenemos millares de fragmentos que constituyen el más extraño rompecabezas de la historia. Y es curioso, pero la mayor parte de las pérdidas fueron provocadas por guerras civiles como las que siguieron a la muerte de Akhenatón.
Según las estimaciones más optimistas, el setenta y cinco por ciento de toda la literatura, filosofía y ciencia griega antigua se perdió. Un historiador[5] se ha atrevido a comentar: «[...]Todo lo escrito por los griegos se ha preservado sólo en una escasa porción. Tenemos los nombres de un centenar de historiadores griegos, pero apenas poseemos las obras de tres de ellos pertenecientes al período clásico y algunas más pertenecientes a tiempos posteriores. En Atenas fueron representadas más de dos mil obras teatrales entre el 500 y el 200 a.C., pero apenas si podemos leer o representar cuarenta y seis[...].»
Del mundo griego, hubo numerosas bibliotecas destruidas por combates, pero la biblioteca destruida más famosa fue la biblioteca de Alejandría, que estaba dividida en dos partes: el Museo y el Serapeum.
Existe una polémica, todavía vigente, sobre la destrucción de libros hecha por los cristianos. Algunos historiadores han acusado al patriarca Teófilo de haber atacado el Serapeum en el año 389 y la biblioteca el 391, con una multitud enfurecida. El historiador Edward Gibbon ha advertido que «Teófilo procedió a demoler el Templo de Serapis, sin otras dificultades que las encontradas por él en el peso, y en la solidez de los materiales[...]La valiosa biblioteca de Alejandría fue saqueada o destruida; y cerca de veinte años después, la apariencia de los anaqueles vacíos excitó la furia y la indignación de cada espectador cuya mente no estuviese absolutamente oscurecida por un prejuicio religioso.»[6]
Al concluir la toma del Templo, los cristianos llenaron de cruces el sitio y demolieron las paredes. El Serapeum fue destruido por órdenes de Teófilo, pero no hay un consenso unánime entre los historiadores en torno a quiénes destruyeron los libros del Museo. Actualmente, la tesis legendarias de los árabes como culpables ha perdido fuerza y ha dado origen a nuevas hipótesis. Una de ellas señala que fueron los romanos. Durante una rebelión en Alejandría ocurrida en el 215, ha dicho Dión Casio,[7] las tropas romanas de Caracalla saquearon el Museo. El año 272, cuando la reina Zenobia de Palmira decidió asaltar Alejandría, las persecuciones contra bibliotecarios y libros fueron despiadadas. El historiador Ammiano,[8] al describir esta época, se refería al «ahora perdido lugar llamado Bruquion, duradero domicilio de prestigiosos hombres.» En el Bruquion estaban los Palacios Reales y el Museo. El año 273, Aureliano devolvió la ciudad a Roma, pero sus soldados no respetaron la biblioteca. Otra posibilidad es que hayan sido los mismos cristianos los que destruyeron el Museo, en su afán por borrar el pasado pagano de Alejandría. No hay que olvidar que en el 415 un grupo de monjes asesinó cruelmente a la bibliotecaria y matemática Hipatia.
En China, el filósofo Li Si, cuyo aporte a la unificación de la escritura china fue enorme,[9] pues redujo de cinco a dos mil los caracteres, propuso la destrucción de todos los libros que defendían el retorno al pasado.[10] Sima Qian (h. 145-85 a.C), el gran cronista de China, ha conservado el informe presentado al soberano: [...]Su servidor solicita que el historiógrafo imperial queme todos los libros, aunque no los del reino de Ts’in. Excepto las personas que ostentan el cargo de letrados en el vasto saber; aquellos que en el imperio osen esconder el Shi King y el Schu King o los discursos de las Cien Escuelas deberán ir a las autoridades locales, civiles y militares para que aquéllos los quemen. Aquéllos que osen dialogar entre sí acerca del Shi King y del Schu King serán aniquilados y sus cadáveres expuestos en la plaza pública. Los que se sirvan de la Antigüedad para denigrar los tiempos presentes serán ejecutados junto con sus parientes[...]Treinta días después de que el edicto sea promulgado aquéllos que no hayan quemado sus libros serán marcados y enviados a trabajos forzados[...][11]
II
Tal vez convenga advertir que para el siglo IV no quedaba una biblioteca en Europa. Amiano Marcelino fue el privilegiado testigo que escribía: «[...]Las bibliotecas estaban cerradas como sepulcros a perpetuidad[...].»[12]
El esplendor de las bibliotecas se mantenía muy lejos, en el Imperio Bizantino, al menos hasta 1204. Ese año la Cuarta Cruzada llegó a Constantinopla y miles de manuscritos fueron arrasados. Desde el 12 de abril, los cruzados saquearon la ciudad.
Turbas de soldados entraron en la iglesia Hagia Sofía, y se llegó a sentar a una prostituta en el trono del patriarca. El ataque fue salvaje: violaron a las mujeres, robaron los tapices de las iglesias, las obras de arte y los candelabros. Los sacerdotes, conscientes de la necesidad de mantener el temor a Dios como inicio de toda sabiduría, robaron con timidez todas las reliquias encontradas y prometieron la absolución a todos los saqueadores. Fue tal el robo que casi todas las iglesias de Europa llegaron a tener tesoros o reliquias de Constantinopla. Según el historiador Steve Runciman, «el saqueo de Constantinopla no tiene comparación en la historia...No hubo nunca un crimen mayor contra la humanidad que la Cuarta Cruzada[...].»[13]
Hulagu Khan,[14] nieto de Gengis Khan, atacó con sus tropas Bagdad en 1257. Sometió al Califa de la ciudad y los manuscritos de la biblioteca fueron entonces transportados a orillas del Tigris, arrojados y la tinta se mezcló con la sangre de los cuerpos.
Entre 1467 y 1477, una guerra civil en Japón acabó con todas las bibliotecas de Kyoto. La célebre colección de Ichijyo Kanera, prestigiosa en el mundo oriental, fue destruida. En 1527, el ejército de Carlos V conquistó Roma, y sometió la ciudad hacia el 6 de mayo. Fue un día sombrío, a causa de los saqueos. En medio de este enorme alboroto, fueron destruidas dos enormes bibliotecas: la de Elijah ben Asher Levita, notable cabalista, y la de su amigo el Cardenal Ægidio de Viterbo. Los libros fueron usados como fuego por los soldados, quienes estaban helados por el viento frío de las noches italianas.
Durante la Conquista de América Latina en el siglo XVI, se impusieron los Autos de Fe. Al parecer no bastaba con exterminar a los indios; había que borrarles la memoria de su pasado para someterlos.
En el año 1530, en Tetzcoco, Fray Juan de Zumárraga hizo una hoguera con todos los escritos e ídolos de los mayas.[15] Su acto tuvo una repercusión enorme porque no hubo nadie entre quienes vieron la quema que no entendiera su significado: la idea era borrar el pasado y dar paso a nueva etapa. Juan Bautista Pomar relató que entre las grandes pérdidas de los indígenas estaban sus pinturas «en que tenían sus historias, porque al tiempo que el Marqués del Valle con los demás conquistadores entraron por primera vez en Tetzcoco, se las quemaron en las casas reales de Nezahualpiltzintli, en un gran aposento que era el archivo general de sus papeles[...].»[16] Esto lo ha ratificado el arqueólogo C.W. Ceram, quien ha revelado que Zumárraga «[...]destruyó en un gigantesco auto de fe cuantos documentos pudo obtener[...].»[17] La tradición católica ha intentado salvar la imagen de este religioso presentándolo de otra forma. Hoy es un lugar común en todas las historias sobre el libro atribuirle la introducción de la imprenta en México, pues en 1533 trajo a los primeros expertos en impresión desde España. Asimismo, y como paradoja, se señala que fue el creador de la primera biblioteca pública.[18]
Fray Diego de Landa continuó su labor. Landa dedicó meses a revisar la escritura maya y dejó un tratado donde describió su experiencia filológica, pero no aprendió la lengua por interés histórico sino para conocer mejor la personalidad de los indígenas y poder de esta forma adoctrinarlos con mayor éxito. En 1562, hizo quemar en el Auto de Maní cinco mil ídolos y 27 códices de los antiguos mayas.
III
Durante la Revolución Francesa, más de 8.000 libros se destruyeron sólo en París; en el resto de la nación en conflicto, desaparecieron más de 4.000.000, de los cuales 26.000 eran antiguos manuscritos. No pocos libros fueron utilizados para municiones.
En 1807, la escuadra inglesa atacó la ciudad de Copenhague, bombardeó e incendió numerosas casas: una de ellas era la de Grímur Jónsson Thorkelín, un excéntrico erudito de origen danés dedicado a elaborar una edición crítica completa del poema anglosajón titulado Beowulf. Evidentemente, el manuscrito de esta edición se destruyó y Thorkelín debió conformarse con editar una versión bastante forzada, pero meritoria.
En 1812, Moscú fue ocupado durante mes y medio por las tropas de Napoleón Bonaparte. Debido a los saqueos e incendios provocados, casi toda la ciudad quedó en ruinas. Miles de libros se extinguieron.
En 1813, los soldados americanos tomaron Canadá y York, quemaron el Parlamento y la biblioteca legislativa. En 1814, la venganza de los británico trajo como consecuencia que ardiera la Casa Blanca, la Casa del Tesoro, y el Capitolio. La Biblioteca del Congreso se quemó el 24 de agosto, y lo único que podía verse en su lugar, al día siguiente, eran las ruinas.
En 1870 la biblioteca de Estrasburgo fue quemada por las tropas prusianas y el fuego de artillería acabó con gran parte de la Biblioteca de la Escuela Especial Militar de Saint-Cyr. En este fuego se perdieron documentos sobre la historia de Francia, correspondencia de Napoleón, ejemplares del Journal Militaire y del Spectateur Militaire. Un obús destruyó en El Arsenal un volumen de Sextus Pompeius titulado De verborum significatione, anotado por el erudito Dacier. La biblioteca Sainte-Geneviève, la noche entre el 8 y el 9 de enero, fue atacada y se perdieron libros y manuscritos antiguos.
Durante la Comuna, no se pudo impedir la quema de bibliotecas y textos. El incendio de las Tullerías, en Francia, en 1871, ocasionó la extinción de cientos de obras. Entre la noche del 23 y 24 de mayo, decenas de manuscritos desaparecieron en el voraz incendio de la Biblioteca del Louvre en París. También fue incendiado el Palais du Conseil d'Etat y numerosos volúmenes fueron destruidos.
La guerra de la Independencia de España se prolongó desde el año 1808 hasta 1814, cuando el Rey Fernando VII retomó el control del poder de la monarquía. Fue un tiempo cruel, descrito perfectamente por el pintor Goya en su serie sobre los horrores de la guerra.[19] Es bien conocido que las tropas invasoras utilizaron centenares de obras como papel para la munición.[20]
La Abadía de Montserrat, que contaba con una de las bibliotecas más extraordinarias de España y quizás de Europa, con un archivo completo y organizado, fue arrasada por las tropas francesas, para evitar que sirviera como fortificación.
La Emancipación de Hispanoamérica estuvo marcada por episodios que destruyeron decenas de bibliotecas y colecciones de libros. En Venezuela, la retirada que causó la derrota de La Puerta, hizo caer en manos del ejército español todos los ejemplares que había reunido Simón Bolívar en 1814 para una biblioteca pública. Manuel Pérez Vila, historiador, resumió así las consecuencias: «[...] en marzo de 1817 el comisario del Santo Oficio mandará a quemar 691 tomos de obras diversas, que una vez estuvieron a punto de constituir el núcleo de la biblioteca pública de Caracas, en plena guerra a muerte [...].»[21]
En México, la guerra de Independencia significó la destrucción de varias bibliotecas y colecciones de libros. Hoy se sabe que miles de ejemplares fueron eliminados al ser utilizados para hacer cartuchos de pólvora. La ruina general, por lo demás, contribuyó a acentuar el abandono y la pérdida de ejemplares valiosos.
IV
El siglo XX será recordado por sus genocidios, pero sobre todo porque es el siglo en el que se han destruidos más libros que en ninguna otra época por causa de la guerra. Hay una relación entre el genocidio y el memoricidio. Mientras mayor es el genocidio, mayor es el memoricidio.
En la Primera Guerra, especialmente el 25 de agosto de 1914, las tropas alemanas, tomada Bélgica, atacaron la biblioteca de la Universidad Católica de Lovaina. En pocas horas, acabaron con 300.000 libros, 800 incunables y 1.000 manuscritos.[22] Esa misma biblioteca volvió a ser atacada con artillería pesada en mayo de 1940 por los nazis: casi 900.000 libros, 800 manuscritos y 200 obras antiguas fueron destruidos.
El Holocausto Judío fue el nombre que se dio a la aniquilación sistemática de millones de judíos a manos de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Pero este acontecimiento fue precedido por el Bibliocausto,[23] donde millones de libros fueron destruidos por el mismo régimen. Entender cómo se gestó este horror puede permitirnos comprender cuanta razón tenía Heinrich Heine cuando escribió proféticamente en su obra Almanzor (1821): «[...] Allí donde queman libros, acaban quemando hombres [...].» La destrucción de libros fue apenas el prólogo de la matanza que siguió. Las hogueras de libros inspiraron los hornos crematorios.
El 10 de mayo de 1933 fue un día agitado. Los miembros de la Asociación de Estudiantes Alemanes comenzaron a recoger todos los libros prohibidos. Había una euforia inesperada, contagiosa. Los libros, junto con los que se habían obtenido en centros como el Instituto de Investigaciones Sexuales o en las bibliotecas de judíos capturados, fueron transportados a Opernplatz. En total, el número de obras sobrepasaba los 25.000. Pronto, se concentró una multitud alrededor de los estudiantes. Éstos empezaron a cantar un himnos que causaron gran impresión entre los espectadores. La hoguera ya estaba encendida con kerosén desde las 11:30. Joseph Goebbels, que había peleado ese día con su indomable mujer, levantó la voz y después de saludar con un estruendoso Heil, explicó los motivos de la quema:
Las revoluciones que son genuinas no se paran en nada. Ninguna área debe permanecer intocable[...]
Por tanto, Uds. están haciendo lo correcto cuando Uds., a esta hora de medianoche, entregan a las llamas el espíritu diabólico del pasado[...]
El anterior pasado perece en las llamas; los nuevos tiempos renacen de esas llamas que se queman en nuestros corazones[...][24]
La operación Bücherverbrennung o Quema de Libros, cuyas características se habían mantenido secretas hasta ese instante, se reveló pronto en su verdadera dimensión porque el mismo 10 de mayo se quemaron libros en numerosas ciudades alemanas. En Frankfurt, los libros fueron traídos en camiones y los estudiantes hicieron cadenas humanas para llevarlos hasta la hoguera. En Munich, días antes de la quema, se repartió un programa con la descripción de los actos: una apertura musical, el discurso del Rector, el prestigioso Leo Ritter, discurso de Kurt Ellersiek, Presidente de la Asociación de Estudiantes Alemanes, una interpretación del Egmont de Beethoven, cantos a cargo de una soprano renombrada, y finalmente «La gloria de Dios está en la naturaleza» de Beethoven. En la Residenzplatz de Würzburg se incineraron por igual cientos de escritos.
Según W. Jütte[25], los alemanes destruyeron en total las obras de más de 5.500 autores. Las primeras listas de autores prohibidos se reducían a doce. Luego crecieron a 171. En 1935, el Reichsschrifttumskammer prohibía 524 autores. Entre otros muchos, los autores censurados, vetados o eliminados por los nazis, bien en Alemania, Polonia, Francia o en otros lugares conforman una larga lista.
La Segunda Guerra Mundial provocó millares de pérdidas en el sector de las bibliotecas. Según algunas estimaciones optimistas, más de 2.000.000 de libros y 39.000 manuscritos desaparecieron en un solo país: Italia.
Desde 1939, no hubo semana en la cual no se produjese un ataque contra una biblioteca o museo polaco. La Biblioteca Raczynsky, la Biblioteca de la Sociedad Científica y la Biblioteca de la Catedral (dotada con una renombrada colección de incunables), sufrieron quemas devastadoras. En Varsovia, La Biblioteca Nacional, en octubre de 1944, fue destruida con tal saña que se quemaron 700.000 libros. Esto no es todo: la biblioteca militar, con 350.000 obras, fue arrasada. Cuando los alemanes abandonaban el país, quemaron los archivos de la Biblioteca Pública. La Biblioteca Tecnológica de la Universidad, con 78.000 libros, fue atacada y destruida en 1944.
Según los expertos, unos 15.000.000 de libros desaparecieron en Polonia. En 1940 comenzó un proceso de depuración de las librerías y bibliotecas llevado a cabo por el Hauptabteilung Propaganda der Regierung des Generalgouvernements (Departamento de la Administración General del Gobierno), que tuvo el dudoso honor de preparar las listas de títulos prohibidos y llegó a incluir 3.200 textos.
Entre 1938 y 1945, el ejército alemán, inspirado por el mito de una raza pura con textos sagrados, invadió también Checoslovaquia. Los libros de los judíos checos contemporáneos fueron destruidos y las obras de algunos autores clásicos desaparecieron rápidamente. En este renglón estaban las de Jan Hus, Alois Irassek y Victor Dieck. La biblioteca de la Universidad de Praga fue severamente dañada y al menos 25.000 libros desaparecieron. Todos los volúmenes de la biblioteca de la Facultad de Ciencias Naturales fueron destruidos. Al final de la ocupación, ya no existían 2.000.000 de obras y clásicos como la Biblia Eslava y siete códices preciosos pertenecientes a la biblioteca de Jan Hodejovsky, quedaron reducidos a cenizas.
Inglaterra, entre 1940 y 1942, fue atacada por la aviación alemana.[26] Unos 100.000 libros desaparecieron tras el bombardeo que derrumbó la biblioteca de Conventry. La biblioteca del Central Lending de Liverpool, junto con sus libros, desapareció después de los ataques. En Londres, la biblioteca del Inner Temple, restaurada en 1668 e incrementada por valiosas donaciones, fue bombardeada. La torre se derrumbó el 19 de septiembre de 1940, y en medio de su desesperación los bibliotecarios trataron de apilar los libros en cajas, pero hacia mayo de 1941 toda la colección John Austin de jurisprudencia (133 textos con notas escritas de puño y letra) desapareció. Numerosas bombas acabaron con el Gran Salón de la Universidad de Bristol, donde reposaban 7.000 libros traídos del King’s College. Más de 25.000 obras fueron destruidas en el ataque a Guildhall. Las bombas destruyeron 20.000 libros de la biblioteca pública Minet. Increíblemente, fue atacado el Museo Británico, pero el coraje de los bibliotecarios impidió que las pérdidas superaran los 225.000 libros y unos 30.000 tomos con periódicos.[27]
En Rusia, la política de destruir la memoria de los pueblos fue aplicada de modo regular. En Petrovoredz existían 34.214 exhibiciones de museos y unos 11.700 libros raros en las bibliotecas palaciegas. El 23 de septiembre de 1941, los soldados saquearon todos los museos y quemaron los libros que consideraron impropios. En Novgorod los monumentos, obras artísticas y libros que fueron robados, fueron destruidos. En Smolensk, existía un Museo de Arte fundado en 1898, que fue saqueado, y todas las bibliotecas y escuelas devastadas. Al menos 646.000 libros desaparecieron allí. En las cercanías de Moscú, fueron aniquiladas 112 bibliotecas, 4 museos y 54 teatros. La Academia de Ciencias de Bielorrusia fue quemada con sus libros. Como si no bastara, en la Biblioteca Pública de Odesa se quemaron 2.000.000 de libros. Al menos 1.670 Iglesias Ortodoxas fueron quemadas, 237 Iglesias Católicas, 69 capillas, 532 Sinagogas, y siempre con todos sus depósitos bibliográficos.
En Ucrania, los alemanes destruyeron 151 museos, 62 teatros y unas 19.200 bibliotecas. Cuando los soldados alemanes invadieron Estonia en 1941, prohibieron todos los libros pro-soviéticos y los destruyeron.
Esto se circunscribe al caso de las regiones atacadas por los nazis. Pero como resultado de sus acciones, fueron contraatacados. El bombardeo sobre Alemania por parte de los aliados es uno de los acontecimientos más ignorados en la historia de la humanidad.
Baste mencionar algunos ejemplos. La noche del 9 de marzo de 1943, fueron destruidos 500.000 libros sobre humanidades y ciencias naturales en la Biblioteca Baviera, donde se perdió la mayor colección de Biblias del mundo. Berlín, la capital, fue el escenario de los combates más encarnizados. La Staatsbibliothek perdió 2.000.000 de obras. Unos 20.000 volúmenes quedaron convertidos en cenizas durante los ataques a la Universidad de Berlín. Centros prestigiosos como la biblioteca del Reichstag, la biblioteca de Deutsche Heeresbücherei, no sobrevivieron. Se redujo al 75% la colección de la Universidad de Bonn. La Staatsbibliothek de Bremen, famosa por sus obras raras, antiguos libros ilustrados y clásicos anotados, quedó en ruinas y 150.000 libros desaparecieron. La Hessische Landesbibliothek, en Darmstadt, con 760.000 libros, 2.217 incunables y unos 4.500 manuscritos, fue bombardeada hasta que sólo quedó un solar quemado.
V
Otro evento deplorable fue la guerra civil de España, que aniquiló millones de libros. En octubre de 1934, en Asturias, una insurrección popular se convirtió, por diferentes motivos, en una suerte de Comuna, y su fracaso desató una represión feroz, en la cual cualquier observador imparcial puede descubrir los primeros ejemplos de lo que sería el modo de pensar del general Franco y su entorno represivo. Las fuerzas públicas destruyeron los libros de más de 257 bibliotecas populares en los Ateneos: «Después de los sucesos de octubre de 1934, la fuerza pública quema los libros de las bibliotecas de los Ateneos. Parecida suerte corrieron las bibliotecas de las Casas del Pueblo o de Sindicatos como el de los Ferroviarios del Norte, que poseía más de cuatro mil volúmenes[...].»[28]
La Biblioteca Universitaria de Asturias, cuyo depósito de manuscritos era admirado por otras instituciones de los pueblos vecinos, desapareció entre las llamas el día 13 de octubre de 1934.[29] En 1937, la Biblioteca Nacional, en Madrid, fue bombardeada, y sólo por la abnegación de los bibliotecarios se pudieron salvar cientos de libros y manuscritos. Una canción de combate repudiaba semejantes ataques en esos años:
[...]Pasaron las alas negras.
Otro objetivo encontraron:
ésta es la Biblioteca,
donde salen hombres sabios,
y allí dejan caer sus bombas
las alas negras del fascio.
Ya no hay biblioteca.
Las alas negras pasaron.
Está convertida en ruinas;
donde se hacían los sabios,
la casa de hombres ilustres,
el fascismo la ha destrozado[...][30]
En Barcelona fueron destruidas 72 toneladas de libros, procedentes de librerías, editoriales y bibliotecas públicas (la Can Mainadé, Esplugues de Llobregat, por ejemplo) o particulares, y todo por sus contenidos comunistas.
En el caso de Navarra, la situación fue extremadamente violenta:
[...]Los responsables fascistas en Navarra pusieron especial interés en el expurgo en las escuelas y bibliotecas de «todos los libros, periódicos y folletos antipatrióticos, sectarios, inmorales, heréticos y pornográficos que han determinado un estado de corrupción y miseria en la conciencia de las masas.» La quema de libros fue un ritual frecuente tras el asalto a sedes y domicilios. Al abogado Astiz le quemaron toda la colección de Espasa. Piadosísimos folletos de carácter meramente vasquista fueron asimismo pasto de las llamas. En su primer ejemplar, Arriba España lo dejaba claro: «¡Camarada! Tienes obligación de perseguir al judaísmo, a la masonería, al marxismo y al separatismo. Destruye y quema sus periódicos, sus libros, sus revistas, sus propagandas.¡Camarada! ¡Por Dios y por la patria!» Sin embargo, ante la proliferación de las hogueras, solicitan posteriormente mesura, calma, y tacto exquisito en el tema, estableciendo la previa y rígida censura de los libros, expurgando las bibliotecas públicas, pero debiendo dejar en paz las privadas. Era ya noviembre de 1936. Arrasadas las bibliotecas de las izquierdas, se trataba de salvaguardar el resto[...][31]
VI
En África, las guerras civiles han desatado odios tribales que han provocado la destrucción de bibliotecas enteras en Angola, Somalia, Uganda, Zambia, Tanzania, Senegal, Namibia, etc., a lo que se ha sumado la falta de presupuestos y personal capacitado. Durante la guerra de Nigeria, entre 1967-1970, no quedó una sola biblioteca abierta en todo el país. En noviembre de 1995, fue ahorcado el escritor Ken Saro-Wiwa, líder de los ogoni, y sus libros destruidos. En 1997, Wole Soyinka, Premio Nobel de Literatura, fue acusado de alta traición y sus libros resultaron confiscados.
Un escritor bosnio, Ivan Lovrenovic ha contado que la Vijecnica, el imponente, elevado y colorido edificio dedicado a albergar la Biblioteca Nacional de Bosnia y Herzegovina, en Sarajevo, abierta en 1896 junto al río Miljacka, fue bombardeada desde las diez y media de la noche del 25 de agosto de 1992 con fuego de artillería.[32] La biblioteca tenía 1.500.000 volúmenes, 155.000 obras raras, 478 manuscritos, millones de periódicos del mundo entero, pero fue devastada por órdenes del general serbio Ratko Mladic por medio de 25 obuses incendiarios, lanzados durante tres días, a pesar de que sus instalaciones estaban marcadas con banderas azules para indicar su condición de patrimonio cultural. Algunos amantes del libro, habían formado una larga cadena humana para pasarse los textos y transportarlos a un lugar seguro, y salvaron algunos. Los bomberos intentaron apagar las llamas, sin suerte, porque la intensidad de los ataques no lo permitió. Finalmente, las columnas moriscas ardieron y las ventanas estallaron para dejar salir las llamas. El techo se derrumbó y por el suelo quedaron regados los restos de manuscritos, obras de arte y escombros de las paredes y escaleras. Un bombero improvisado, Kenan Slinic, cuando fue abordado por los corresponsales de guerra para que explicara por qué arriesgó su vida por la biblioteca dijo: «Yo nací en esta tierra y ellos queman una parte de mí.»
En el inicio de la guerra, había más de 1000 bibliotecas en Chechenia y más de 11.000.000 de libros, una red de 109 bibliotecas científicas, redes bibliotecarias en la Universidad de Grosny, el Instituto Petrolero y el Instituto Pedagógico, 14 bibliotecas técnicas y 450 bibliotecas escolares. Hacia 1995, los rusos habían destruido la Biblioteca Nacional, la Biblioteca Nacional Infantil, la Biblioteca Nacional Médica, las bibliotecas universitarias y la Biblioteca Central de Ciencias. Más del 60 por ciento de los bibliotecarios huyó y cientos de lugares quedaron cerrados.
VII
En la guerra contra Palestina, Israel ha cometido excesos increíbles. Un caso reciente fue causado por la incursión de las tropas de Israel el 29 de marzo del 2002. El 2 de abril, dos de los centros más importantes de la Universidad Al Quds, ubicados en El Bireh, fueron atacados con fuego de artillería. Las aulas de la Escuela de Medicina desaparecieron y la biblioteca fue aniquilada. El Instituto de Medios y la Televisión Educativa de dicha universidad también sufrieron daños.
El 13 de abril, el gobierno Palestino denunció el ataque contra el Centro Khlalil Sakakini, donde explotaron granadas y fueron confiscados libros. El 14 de abril fue incendiada la biblioteca de la Universidad Bethlehem, aunque los daños pudieron minimizarse debido a la acción rápida del cuerpo de seguridad de esta institución. Al menos gran parte de la infraestructura del Centro Cultural Francés de Ramala fue bombardeada y el fuego de ametralladoras acabó con casi 4.000 libros. Las bibliotecas municipales no escaparon a la destrucción sistemáticas de cintas de video, grabaciones y libros (con o sin propaganda). Al-Bireh fue uno de los blancos.
A saber, el 22 de abril fueron quemados los archivos de Ramala, donde estaban los documentos y registros de propiedad de la tierra, además de las historias de más de un millón de estudiantes de primaria, enseñanza media y universitaria, algunos registros de seguros, patente vehicular, registros policiales y, en suma, todo lo concerniente a la vida de Palestina.
El mes de abril de 2003 el mundo fue conmovido por una serie de eventos imprevisibles y atroces que destruyeron los principales centros culturales de Irak. Una ola de saqueos desmanteló los edificios públicos y comercios de Bagdad los días 8 y 9 tras la toma de la ciudad por el ejército de Estados Unidos. Para el 10, grupos de vándalos atacaron el prestigioso Museo Arqueológico en las circunstancias más deplorables y extrañas. Al menos 30 obras de valor inconmensurable y miles de otras piezas fueron sustraídas o reducidas a escombros y las salas resultaron arrasadas, junto con tablillas de arcilla que tenían las primeras muestras de escritura de la humanidad.
Después del fatídico 13, la Biblioteca Nacional (Dar al-Kutub wa al-Watha’iq), que ya había sido sometida a un robo feroz, quedó destruida por un incendio premeditado. Contenía más de dos millones quinientos mil libros, además de los depósitos legales que se hacían desde 1998. A pesar del esfuerzo de los bibliotecarios y diversos grupos de voluntarios, que lograron salvar numerosos textos, se destruyeron más de un millón de libros. El Archivo Nacional, localizado en el segundo piso de la Biblioteca, perdió dos millones de documentos, incluidos los del período Otomano.
Ardieron más de 700 manuscritos antiguos y 1500 desaparecieron en la Biblioteca Awqaf, cuyo edificio quedó en ruinas. En la Casa de la Sabiduría (Bayt al-Hikma) cientos de volúmenes fueron exterminados por el fuego. En la Academia de Ciencias de Irak (al-Majma’ al-‘Ilmi al-Iraqi) el 60 por ciento de los textos se extinguió. La Universidad de Bagdad fue víctima de bombardeos, incendios y robos. La Madrasa Mustansiriyya fue saqueada, aunque el porcentaje de pérdidas no supera el cuatro por ciento.
En Basora, fueron incendiadas la Biblioteca Pública Central, la Biblioteca de la Universidad y la Biblioteca Islámica. En Mosul, la Biblioteca del Museo fue víctima de expertos en manuscritos, quienes seleccionaron ciertos textos y se los llevaron. Y, en añadidura a esta catástrofe, tan inesperada, miles de asentamientos arqueológicos fueron puestos en peligro debido a la falta de vigilancia y han sido sustraídas unas 150.000 tablillas con muestras de las primeras escrituras del mundo.
En 2006, estalló el conflicto entre Israel y el Líbano, y este último país mencionado sufrió daños severos en sus bibliotecas.
VIII
El panorama descrito en estas páginas es aterrador, aunque aquí se presenta apenas una síntesis de mi obra “Historia universal de la destrucción de libros” (Destino, 2004).
Es importante aclarar que en la aniquilación del patrimonio cultural bibliográfico, sin lugar a dudas que la guerra se encuentra entre los factores más dañinos. En ocasiones, predomina la irresponsabilidad y el ataque es accidental. No obstante, en general la guerra tiene entre uno de sus objetivos borrar la memoria del adversario. A lo largo de la historia, cuando un grupo o nación intenta someter a otro grupo o nación, lo primero que intenta es borrar su memoria para reconfigurar su identidad. Y un modo eficaz de borrar la memoria consiste en destruir los símbolos culturales principales que forman parte de los recuerdos compartidos. No hay identidad colectiva si la memoria colectiva está mutilada.
Yo sostengo que el libro no es destruido como objeto físico sino como vínculo de memoria. John Milton, en Aeropagitica (1644), creía que lo destruido en un libro era la racionalidad representada: «[...]quien destruye un buen libro mata a la Razón misma[...].» Un libro se destruye con ánimo de aniquilar la memoria que encierra, es decir, el patrimonio de ideas de una cultura entera. La destrucción se cumple contra cuanto se considere una amenaza directa o indirecta a un valor considerado superior. El libro no se destruye porque se le odie como objeto.
Hay un aspecto determinante en la guerra y es que el dominio no se establece sin una relación de convicción. No hay hegemonía política ni militar sin hegemonía cultural. Quienes han destruido libros y bibliotecas saben lo que hacen, y hacen lo que saben. Su objetivo ha sido y es claro: intimidar, desmotivar, desmoralizar, propiciar el olvido histórico, disminuir la resistencia y sobre todo fomentar la duda.
El conflicto armado, y con esto concluyo, restituye dos mitos en la destrucción de libros. El primero es el mito del Fénix, según el cual sólo se renace de las cenizas. El segundo es el mito de Eróstrato: quien destruye se consagra en el tiempo. He aquí las dos orillas de un mismo horror.
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[1] Las pruebas de radiocarbono en las tumbas de Abidos, en Egipto, apuntan a que había una especie de proto-jeroglifos hacia el 3.400 a.C, pero no son confiables. Hoy por hoy, la polémica se ha ampliado con los descubrimientos en el asentamiento de Vinca.
[2] LARA PEINADO, FEDERICO. Himnos Sumerios, Tecnos, 1988, p. 167.
[3] OFFNER, G. Revue d'assyriologie et d'archeologie orientale 44, 1950, p. 137.
[4] MEDI BADI, AMIR. Les Grecs et les Barbares, Payot, Paris, 1963, p. 106.
[5] DOVER, K.J. Literatura en la Grecia Antigua, 1986, p. 15.
[6] The decline and Fall of the Roman Empire, 1839.
[7] LXXVII, 7.
[8] XXII, 16, 15.
[9] NOEL, BARNARD. «The nature of the Ch’in ‘Reform of the Script’ as Reflected in Archeological Documents Excavated under Conditions of Control», en: D.T. ROY & TSIEN TSUEN-HSUIN (ed.), Ancient China: Studies in Early Chinese Civilization, Hong Kong, The Chinese UP, 1979.
[10] MAI CHAN, LOIS. «The Burning of the Books in China, 213 B.C.,» Journal of Library History 7 (April 1972), pp. 101 108.
[11] MONTENEGRO, A. Historia de la China Antigua, 1974, p. 298.
[12] XIV, 6, 18.
[13] A History of the Crusades, vol. 2, pp. 123-139.
[14] NICOLLE, DAVID. The Mongol warlords: Genghis Khan, Kublai Khan, Hulagu, Tamerlane, 1990.
[15] GALEANO, EDUARDO. Memorias del Fuego, vol. I, 2000, p. 98.
[16] POMAR, JUAN BAUTISTA. Relación de Tezcoco (ed. facsimilar de la de 1891 con advertencia preliminar y notas de Joaquín García Icazbalceta, México, Bibl. Enciclopédica del Estado de México, 1975.
[17] Dioses, tumbas y sabios, 1985, p. 356.
[18] MMA. CARREÑO, Alberto. “La primera biblioteca pública del Continente americano”, Divulgación histórica 8, (15 de junio de 1943), IV, México.
[19] AYMES, JEAN RENÉ, La guerra de la independencia en España (1808-1814). Siglo XXI de España Editores, Madrid, 1974.
[20] JIMÉNEZ GÓMEZ, SANTIAGO. Guía para el estudio de la Edad Media Gallega (1100-1480), Servicio de Publicaciones de la Universidad de Santiago de Compostela, Santiago de Compostela, 1973, p. 118.
[21] «Una biblioteca pública en plena guerra a muerte», Biblioteca Nacional, 8, 1960, p. 3.
[22] Encyclopaedia of Library and Information Science, 1968-1994, vol. 2, p.310.
[23] La bibliografía sobre este tema es inagotable. No obstante, he consultado con interés algunos textos para la elaboración de esta sección: WALBERER, ULRICH (Ed.), 10 Mai 1933 Buecherverbrennung in Deutschland und die Folgen, Frankfurt am Main, Fischer Taschenbuch Verlag, 1983; A. GRAF Y H. D. KUEBLER, Verbrannte Buecher Verbrannte Ideen, Hamburg, O. Heinevetter, 1993; VOLKER DAHM, Das Juedische Buch im Dritten Reich Vol. 1: Die Ausschaltung der Juedischen Autoren, Verleger und Buchhaendler, Frankfurt am Main, Buchhaendler Vereinigung, 1979.
[24] El texto aparece en Völkischer Beobachter, May 12, 1933:
«Das Zeitalter eines überspitzten jüdischen Intellektualismus ist zu Ende gegangen, und die deutsche Revolution hat dem deutschen Wesen wieder die Gasse freigemacht. Diese Revolution kam nicht von oben, sie ist von unten hervorgebrochen. Sie ist deshalb im besten Sinne des Wortes der Vollzug des Volkswillens[…]
«In den letzten vierzehn Jahren, in denen ihr, Kommilitonen, in schweigender Schmach die Demütigungen der Novemberrepublik über euch ergehen lassen mußtet, füllten sich die Bibliotheken mit Schund und Schmutz jüdischer Asphaltliteraten.
«Während die Wissenschaft sich allmählich vom Leben isolierte, hat das junge Deutschland längst schon einen neuen fertigen Rechts- und Normalzustand wieder hergestellt[…]
«Revolutionen, die echt sind, machen nirgends Halt. Es darf kein Gebiet unberührt bleiben[...]
«Deshalb tut ihr gut daran, in dieser mitternächtlichen Stunde den Ungeist der Vergangenheit den Flammen anzuvertrauen[…]
«Das Alte liegt in den Flammen, das Neue wird aus der Flamme unseres eigenen Herzens wieder emporsteigen[…]
[25] «Volksbibliotheke im Naztionalsozialismus», Buch und Bibliothek 39, pp. 345-348, 1987.
[26] UREN STUBBINGS, HILDA. Blitzkrieg and Books: British and European Libraries As Casualties of World War II, Rubena Press, 1993.
[27] RUSSELL, J.R. «Libraries under Fire», ALA Bulletin 35, (1941), pp. 277-279.
[28] FERNÁNDEZ SORIA, JUAN MANUEL. Educación y cultura en la Guerra Civil (1936-39). Barcelona, NAU llibres, 1984. Capítulo III.
[29] RODRÍGUEZ ÁLVAREZ, RAMÓN. La Biblioteca de la Universidad de Oviedo. 1765-1934, Universidad de Oviedo 1993.
[30] Ibid., p. 141.
[31] Navarra 1936: de la esperanza al terror, Tafalla, 1986, vol. I, pp. 136-137.
[32] «The hatred of memory», The New York Times, 28 May, 1994.
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Hello,nice post thanks for sharing?. I just joined and I am going to catch up by reading for a while. I hope I can join in soon.
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