lunes, octubre 09, 2006

Qué es un blog cultural ?

Justo Serna es un historiador español que colabora con nuestro blog. A continuación ofrecemos un reportaje donde define algunos conceptos de la función de un blog para el desarrollo cultural y define su posición con respecto a este fenómeno de internet.
Serna tiene varias
páginas web dedicadas al análisis de la historia y de la cultura.

QUÉ ES UN BLOG CULTURAL ?

Justo Serna
*

Pregunta. Usted mantiene en Internet un blog, una página personal. ¿Cuál es su experiencia?

En Los archivos de Justo Serna publico comentarios con una regularidad diaria (salvo los fines de semana) sobre los temas más variados en función de la actualidad. Me guían las novedades de la política y la cultura, de la historia y de la literatura, principalmente. Ésos son los factores que me hacen repensar mi tiempo con la óptica del historiador cultural que soy (o que creo ser). Procuro que mis comentarios tengan algo que ver con los problemas que nos acucian. Son entradas que por decirlo de alguna manera tienen una inspiración intelectual, evitando al mismo tiempo la pesadez propiamente académica, es decir, dándole un tono periodístico.


Mantener un blog con estas condiciones es trabajoso: mantener un blog diariamente y que además se actualice con contenidos densos, que no sean una mera ocurrencia, es laborioso. Algo, por otra parte, que no siempre tiene un pago suficientemente narcisista. En los medios de comunicación españoles hay una evidente crispación entre derecha e izquierda; en Internet, ese enfado alcanza proporciones descomunales. Mucha gente en la Red parece mostrarse irritadísima, pero hasta un punto en que prácticamente insultan cuando aluden a tus textos. Es una especie de desgarro personal que padece una multitud: tanto que cuesta creer que sea verdadero. La gente no puede vivir con esa hosquedad. De modo que hay días en que uno se replantea la pertinencia de lo que hace: en otros blogs simplemente me acribillan. Eso genera cansancio personal, pero también hartazgo por el insulto y el desgarro y crispación de tanta gente en Internet. Felizmente, en mi bitácora solemos mantener las formas.


¿Cómo es su diario electrónico?

Al emplear la palabra diario corremos el riesgo de la anfibología. Podemos interpretarla como un sinónimo de periódico o como equivalente a dietario. Permítame responderle, en primer lugar, en el sentido de periódico. En general, muchos bloggers aspiran a convertirse en fuentes de noticias, algo así como reporteros intrépidos, capaces de dar cuenta de aquello que la prensa de papel no suministra por desatención, por rutina o por simple censura. La meta es sugestiva y si efectivamente el periodismo digital o las bitácoras informan de lo que no se atreven o no pueden informar los medios tradicionales, entonces tendrán en el futuro un papel destacado. En países en los que la censura impide la libre difusión del dato, de la noticia, de la revelación, el blog puede transmitir lo que los poderes tapan y ocultan, hecho que a sus responsables les ha podido poner en estado de riesgo. En aquellos otros países en los que la censura no es política, el blogger puede competir con los periodistas en el suministro de la información, siendo, por ejemplo, más audaz que el reportero sometido a los esquemas de su propio medio de comunicación. Hay, sin embargo, algo de espejismo en esta pretensión, pues no es exactamente más información lo que hoy necesitamos, al menos en un Occidente saturado, infoxicado, sino criterios de discriminación del dato y de la fuente. Recursos para poder establecer juicios fundados, opiniones firmes y documentadas. Hace unos quince años nos recordaba Umberto Eco que el lector dominical del New York Times tenía ese día mayor cantidad de información en el papel impreso que lo que podía tener un europeo ilustrado del Setecientos a lo largo de toda su vida. Ese exceso, esa abundancia, puede generar material repetido e irrelevante, pero sobre todo puede provocar todo tipo de patologías, entre ellas la que Richard Saul Wurman llamó Information Axiety.

Y en su blog, ¿qué prima, la información o la opinión?

Creo que en la Red y en general en los medios empieza a sobrar opinión y empieza a faltar cada vez más información contrastada. Hay una saturación de opiniones, pero faltan juicios informados. No sé si muchos hemos contribuido a este exceso con los blogs. Yo creo que la mejor opinión será siempre deudora de la información razonada, de la deliberación. Pero también la mejor opinión dependerá del crédito que una persona tenga. En Internet cada vez más lo que se está imponiendo es el anonimato del juicio, la exaltación del nick, de los alias, y eso lleva a una degradación, creo, imparable.

Algún periodista ha escrito recientemente que un blog es la fusión entre periodismo y narcisismo. ¿Cuál sería la diferencia entre un blog y una columna de opinión?

Hay muchas clases de blog, de bitácoras. Yo recuerdo haber oído en cierta ocasión a Umberto Eco decir que el blog más extraño que había visto era uno en el que el responsable mostraba su esófago. Ése es el ejemplo más patológico de narcisismo. Pero otros que no exhibimos nuestro esófago, nos mostramos opinando, tratando de analizar la realidad, implicándonos. Y eso, por supuesto, tiene que ver con la vanidad, pues uno acaba creyendo que su opinión tiene algún valor. ¿Es así? Creo que mis comentarios en el blog no se han diferenciado sustancialmente de mis artículos en la prensa (Levante, El País), al menos están hechos con la misma fortuna o con el mismo desacierto.

Pero, insisto, ¿es el blog una forma de narcisismo?

"El diario, sin duda, es un género cómico”, decía Ricardo Piglia en 'Crítica y ficción'. Uno se convierte automáticamente en una especie de payaso, alguien que provoca la risa o la conmiseración de sus espectadores o lectores en este caso. ¿Por qué razón? Un individuo que anota día a día cosas de su propia vida o pensamientos, sugestiones, reflexiones es algo bastante ridículo, añadía el narrador argentino. No podemos tomar en serio a quien así se expone y a quien va dejando miguitas, sobras o desechos o, mejor, huellas para que otros le sigan el rastro.
Pensamos que la memoria es una función que nos sirve para recordar, para evocar aquello que fuimos o hicimos. En realidad, como anota Piglia, la empleamos para olvidar, para exhumar sólo aquello que nos da coherencia, que nos facilita un relato coherente de nosotros mismos, las piezas bien encajadas que forman una efigie inapelable, bien trazada. De ahí que una parte no despreciable de nuestras reminiscencias sea el caudal de lo que llamamos recuerdos encubridores o creadores, las evocaciones intrascendentes que tapan lo que nos ocasiona dolor o conmoción o las rememoraciones que de manera involuntaria inventamos para darnos un pasado que nunca tuvimos.
Pues bien, como dice expresamente Piglia, “un diario es una máquina de dejar huellas” y, por tanto, dibuja un camino que se puede seguir y que nos lleva hasta el paseante mismo. Confesándose sobre el particular, añade: “me gustan mucho los primeros años de mi diario porque allí lucho con el vacío total: no pasa nada, nunca pasa nada en realidad, pero en ese tiempo me preocupaba, era muy ingenuo, estaba todo el tiempo buscando aventuras extraordinarias”. En efecto, una de las cosas más sorprendentes de los diarios de los escritores es que se esfuerzan por captar lo que externamente viven, tomándose como espectadores, tomando sus notas como el observatorio desde el que avizorar la marcha del mundo, y presentándose ellos mismos como testimonios de unas vicisitudes de las que dar registro.
Quizá no sea esta tarea tan distinta de la que hace el blogger: sabedor de que contempla y registra en un espacio que es inaprensible, desorientado incluso, se empeña por tomarse como portavoz. A quienes cultivan el diario electrónico les suele molestar que les atribuyan razones de narcisismo para justificar el mantenimiento de una bitácora. Ya sostuve una vez que ésa es una de las razones que alientan el mantenimiento de una bitácora. No creo que haya que pedir perdón por ello o rechazar lo obvio al ser descubiertos. El diarista público, aquel que edita en papel o en la Red sus ideas, sus incertidumbres, sus malestares, sus estupores, es siempre alguien cuyo narcisismo se nutre de la exhibición. ¿Acaso el profesor no experimenta un placer exquisito cuando habla ante sus muchachos inquisitivos, cuando ve en ellos la atención despierta de quien quiere más, mucho más? ¿Acaso el periodista no se envanece cuando sus lectores reconocen sus revelaciones?

Entonces, más allá del narcisismo, ¿el blog podemos concebirlo como un laboratorio?

Sí, sí. Me gustaría concebir la bitácora como si de un laboratorio se tratara, el centro de una escritura pública, una agenda propiamente intelectual. “La forma de diario me gusta mucho, la variedad de géneros que se entreveían, los distintos registros”, admitía Ricardo Piglia. En el mejor de los casos, “el diario es el híbrido por excelencia, es una forma muy seductora: combina relatos, ideas, notas de lectura, polémica, conversaciones, citas, diatribas, restos de verdad. Mezcla política, historias, viajes, pasiones, cuentas, promesas, fracasos”. Todo, absolutamente todo, puede escribirse y las cosas que quedan, las huellas de Piglia, son una especie de borradores de escritos mayores, una agenda pública de quien se deja sorprender por un mundo que anota con los recursos del conocimiento, de los libros, de las lecturas; pero son también borradores de vidas potenciales que la existencia cotidiana no nos da.
El blog como experimento, pues.
Como un experimento, cierto. Quiero pensarlo del mismo modo que John Stuart Mill pensaba su dietario. “Este librito es un experimento”, decía John Stuart Mill refiriéndose a su pequeño Diario. Salvando las distancias, que son efectivamente muchas, yo me tomo el blog de una manera semejante, como un diario en el que experimentar el ejercicio de la escritura ordinaria. “Aparte de cualquier otra cosa que pueda lograr”, añadía Stuart Mill el 8 de enero de 1854 en su dietario, “servirá para ejemplificar, al menos en el caso del autor, qué efecto se produce en la mente cuando uno se obliga a tener por lo menos un pensamiento cada día, que merezca ponerse por escrito”. Sería un prodigio que a mí me suceda exactamente lo mismo, que yo pueda alumbrar un pensamiento cada día. He procurado ser más modesto: que los pensamientos que nacen del roce de otras inteligencias pudieran destilarse en mi bitácora.

“Para este propósito”, insistía Stuart Mill, “no puede contar como pensamiento el mero especialismo, ya sea de ciencia o de práctica”. Es decir, no podemos contentarnos en un dietario de esta índole con consignar ideas o saberes de las disciplinas y de las especialidades. Un blog de historia o un blog de sociología, por ejemplo, que sólo leyeran los colegas. Lo ideal, lo deseable, es que el diario esté “referido a la vida, al sentimiento o a la alta especulación metafísica”, añadía Stuart Mill. Esto es, a aquel conjunto de problemas que nos preocupan y que no tienen fácil respuesta.

“Probablemente, lo primero que descubriré en el intento”, decía el filósofo británico, “será que, en vez de uno por día, sólo tenga un pensamiento así una vez al mes; y que sean sólo repeticiones de pensamientos tan conocidos de todos...” Ojalá mis anotaciones sean repeticiones de pensamientos ya escritos por otros: no me fío mucho de mí mismo y, por las dudas, prefiero servirme con honradez y con referencia exacta de las ideas de otros.

¿Y eso cómo lo logra?

De lo que de verdad se trata es de tener criterios firmes y flexibles que permitan discriminar entre esos pensamientos que circulan. Pero para lograrlo, la lectura paciente de los libros y el ejercicio de una reflexión lenta y profunda son imprescindibles, porque de aquéllos nos vienen las discrepancias milenarias, esos vislumbres que otros ya adelantaron. Decía André Comte-Sponville que una idea nueva, verdaderamente nueva, que no haya sido pensada ni escrita jamás, tiene muchas probabilidades de ser una bobada. Pues bien, de eso se trata: de no caer en la simpleza creyendo ser original.

¿No creyendo ser original...?

Hace más de un siglo, Auguste Comte, gran amigo y corresponsal de John Stuart Mill, vivió en un delirio creciente. Era un pensador ciertamente original, aunque, eso sí, muy pagado de sí mismo, persuadido de su mérito y de la profundidad de sus discernimientos. Se propuso elaborar una idea completamente nueva, jamás concebida, y para ello decidió prescindir de los libros y de las ideas ajenas. Como los volúmenes lo anticipaban o lo contradecían, resolvió aislarse eliminando todo contacto erudito. Ese retiro defensivo lo vivió como una higiene intelectual. Fue, ya digo, un autor interesante de ideas audaces, pero al final menos originales de lo que él juzgaba. Fueron numerosos los factores que le sumieron en el delirio, pero esin duda entre ellos estuvo esa higiene intelectual que se prescribió a sí mismo. Estaba tan convencido de que podría subsistir valiéndose de sí mismo que acabó su días hundido en sus propias ideas.

¿Está usted “hundido en sus propias ideas”?

Yo no creo correr el mismo riesgo, entre otras cosas porque no profeso esa idolatría a la originalidad y porque mis magros nutrientes son efectivamente externos. Si Stuart Mill aceptaba tener un solo pensamiento, más o menos original, una vez al mes, no me iba a exigir yo mucho más. Espero, así, tener un pensamiento, aunque sólo sea uno, más o menos original, en este tiempo de bitácora.

Pero si repite ideas de otros, entonces es la suya una tarea escolar, un scriptorium (según titula usted mismo en una de sus secciones).

Desde hace mucho tiempo quiero pensar que leo con aplicación y disfrute, observando lo que me rodea. Desde hace mucho tiempo me gusta hacerme notas de lectura, compendios y juicios sobre lo que mis admirados autores me proporcionan y sobre lo que la realidad o el pasado me provocan. Un comentarista, que creía ser malicioso, decía que los textos de mi bitácora se parecían, en efecto, a redacciones escolares. Así es: si las bases de mi blog son apuntes que llevo desde antiguo y si esos apuntes se asemejan a la tarea colegial, entonces las cosas que escribo puedo verlas como los deberes que cumplo puntual y escrupulosamente. Soy una especie de alumno que quiere observar el mundo o un historiador atento o un lector que quiere ser minucioso aprendiendo, madurando, desarrollando una labor de exégesis, de anotación, al modo de quien sigue un dietario. ¿Es ésa una tarea equiparable al periodismo, a la crónica diaria y desconcertada de lo que ocurre? Me parece más próxima a la del ensayo, ese ensayo breve que se encierra y se orden en un dietario, con algo de atrevimiento especulativo y con una deliberada mezcla de escrituras. Es un trabajo de glosa de la realidad, de interpretación bibliográfica, un sedimento caótico y fértil de lecturas más o menos copiosas, hechas según un azar ordinario, fragmentariamente, atendiendo a las vivencias cotidianas y a lo que pasa.

* Justo Serna es profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Valencia


1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Es curioso esa paradoja de tener blogs y estar en la blogósfera. Es un sistema muy descentralizado. No existe un punto de vista, es más cercano a la doxa que al logos. La variedad de blos como usos o creencias son muchas. No necesariamente es una saciedad, simplemente es un medio que hace parte de la esfera de comunicación.

Supongo que para él blog cultural se refiere a sus creencias. Para mí lo que más se aproxima a un blog puede ser un libro de apuntes, un libro si se quiere. En la cual se puede poner cualquier tipo de media, no necesariamente texto. Inclusive hay algunos blogs que podría llamarse culturales, que son una colección de videos.

También existe otras apelaciones interesantes dependiendo del enfoque del blog, los litblos, podblogs, vlog, etc. y es curioso que se maneja con el mismo sistema.

También es cierto que ese fechado, también aparece en revistas, períodicos, semanarios, etc... pero aún así no se les considera blogs, ni nada por el estilo.

En fin, supongo que esos conceptos son muy personales, y no agotan el inventario de lo que es un blog, o de la personalidad de un blogista. o lo que sea...

8:55 a. m.  

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