lunes, octubre 30, 2006

Mal de Chagas: una enfermedad de la pobreza

El Mal de Chagas es la principal endemia sanitaria en el noroeste de la Argentina. Más del 50% de las viviendas de las zonas rurales de La Rioja, Santiago del Estero, Chaco y Formosa está infectada por vinchucas. Esta enfermedad está relacionada directamente con la pobreza, por lo que el rol del Estado en el control vectorial y el tratamiento de las personas afectadas se hace imprescindible. Sin embargo, existen graves deficiencias en los programas de prevención, que provocaron que el Mal de Chagas haya avanzado desde fines de la década de 1990.
El doctor David Gorla, del Centro de Investigación Científica y de Transferencia Tecnológica de La Rioja, fue entrevistado en Con Ciencia y Trabajo por AM 870 Radio Nacional. Gorla investiga actualmente las características fenotípicas y genotípicas del Triatoma infestans, el principal vector de la enfermedad de Chagas en esta región de América.


Producción, investigación y entrevista: Diana Costanzo
Edición sonora: Diego Rosatto
Coordinación de Contenidos: Susana Pelayes
Radio Nacional de Argentina

Escuchar entrevista


lunes, octubre 23, 2006

El Poder de los Colores

La historiadora del arte Gabriela Siracusano, investigó en su libro El Poder de los Colores. De lo imaginario a los simbólico en las prácticas culturales andinas. Siglos XVI- XVIII, la relación que el arte andino tuvo con los colores y la forma en que fue utilizado por los conquistadores para evangelizar a los aborígenes.
En este interesante trabajo Siracusano identificó y estudió el uso de los polvos de colores presentes en la producción artística de la Sudamérica colonial.

Gabriela Siracusano hace una relación entra las prácticas artísticas y las científicas en los siglos XVI hasta el XVIII.
En Con Ciencia y Trabajo Carlos Subosky, entrevistó a la historiadora del arte Gabriela Siracusano para conocer en profundidad esta novedosa investigación.
Producción, investigación, entrevista y guión: Carlos Subosky
Edición Sonora: Diego Rosato
Coordinación de Contenidos: Susana Pelayes


Paolo Virno en Radio Nacional de Argentina

Paolo Virno, filósofo italiano de 53 años, nació en Nápoles, aunque muy temprano se trasladó con su familia a Génova y luego a Roma.
Hace sólo unos días estuvo por primera vez en la Argentina donde ofreció cuatro conferencias en Buenos Aires y Rosario.
Paolo Virno es profesor de Filosofía del Lenguaje en la Universidad de Calabria. Define a su filosofía como “materialista y transversal”.
En el programa Con Ciencia y Trabajo la periodista Virginia Arce entrevistó a este destacado intelectual italiano.

Producción, investigación, entrevista y guión: Virginia Arce
Edición Sonora: Diego Rosato
Coordinación de Contenidos: Susana Pelayes
Radio Nacional Argentina


jueves, octubre 19, 2006

Las bibliotecas y los conflictos armados

En nuestro blog, como así en nuestro programa radial, hacemos especial hincapié en la preservación del patrimonio cultural. Archivos audiovisuales, obras de arte, documentos, libros y bibliotecas son una parte fundamental de la historia de un país y es importante su cuidado y preservación.
Continuando con este tendencia, contamos nuevamente con la colaboración de un especialista en el tema. Se trata de Fernando Báez, especialista venezolano en la historia de la destrucción de libros y bibliotecas.
Esperamos que disfruten leer este excelente texto, que fue publicado en una revista española.

Las bibliotecas
y los conflictos armados
por Fernando Báez


“En verdad, son innumerables las pérdidas
que han causado las guerras al sector de los libros”
Richard de Bury, Philobiblon, VII

I
Los primeros libros de la humanidad están en ruinas.
Un hallazgo arqueológico, realizado en 1924, ha demostrado que los libros más antiguos conservados hasta ahora,
[1] localizados en el estrato IV del templo de la diosa Eanna, en la ciudad de Uruk, fueron destruidos no por acción de la naturaleza sino por un conflicto armado contra este asentamiento. Las tablillas fueron encontradas en fragmentos, pulverizadas o quemadas, y pueden fecharse entre los años 4.100 ó 3.300 a.C.
Lo peor no es que esto haya sucedido sino que se convirtió en una constante. El Himno a Ishbierra, un escrito babilónico de hace 40 siglos, establecía como objetivo de un ataque: «sobre la orden de Enlil de reducir a ruinas el país y la ciudad de..., le había fijado como destino aniquilar su estructura cultural.»
[2] De alguna forma, es el primer texto donde se propone una guerra cultural. En la ciudad de Ebla, la más importante región paleosemita de Siria, la biblioteca fue abandonada cuando el Palacio Real fue atacado e incendiado y miles de tablillas reducidas a fragmentos.
Asurbanipal, soberano asirio desde el año 668 hasta el año 627 a.C., creó una de las mayores bibliotecas del mundo antiguo en Nínive. Se dice que estimuló la compilación de los clásicos y creó leyes contra la destrucción de libros: «Quien rompa esta tableta o la coloque en agua[...]Asur, Sin, Shamash, Adad e Ishtar, Bel, Nergal, Ishtar de Nínive, Ishtar de Arbela, Ishtar de Bit Kidmurri, los dioses de los cielos y la tierra y los dioses de Asiria, pueden todos maldecirlo.»
[3]. Por desgracia, hacia el año 612 a.C., babilonios y medos destruyeron Nínive y arrasaron parte de su colección, que fue recuperada por arqueólogos sólo en el siglo XIX.
En el año 331 a.C., Alejandro Magno, ya divinizado, se dirigió a Persépolis y ocupó el palacio. Se cuenta que una hermosa hetaira ateniense llamada Tais lo retó a incendiar el palacio para vengar las afrentas de los griegos. Alejandro, completamente ebrio, se levantó y junto con sus más fieles amigos se dedicó a destruir Persépolis, y como el palacio tenía madera de cedro, ardió hasta sus cimientos. El tesoro de Persépolis fue transportado en 20.000 mulas y 5.000 camellos. En la introducción al Arta Viraf Namh o Libro Verdadero de la Ley se señaló que «el maldito Ahrimán, el condenado, para hacer perder a los hombres la fe y el respeto de la ley, impulsó al maldito Iskander el griego [Alejandro], a venir al país de Irán para traer a él la opresión, la guerra y los estragos. Pilló y arruinó la Puerta de los Reyes, la capital. La Ley, escrita en letras de oro sobre pieles de buey, se guardaba en la fortaleza de los escritos de la capital. Pero el cruel Ahrimán suscitó al malhechor Iskander y éste quemó los libros de la Ley e hizo matar a los hombres prudentes, a los legisladores y a los sabios[…].»
[4]
Más del 80 por ciento de la literatura y la ciencia egipcia se perdió: hoy tenemos millares de fragmentos que constituyen el más extraño rompecabezas de la historia. Y es curioso, pero la mayor parte de las pérdidas fueron provocadas por guerras civiles como las que siguieron a la muerte de Akhenatón.
Según las estimaciones más optimistas, el setenta y cinco por ciento de toda la literatura, filosofía y ciencia griega antigua se perdió. Un historiador
[5] se ha atrevido a comentar: «[...]Todo lo escrito por los griegos se ha preservado sólo en una escasa porción. Tenemos los nombres de un centenar de historiadores griegos, pero apenas poseemos las obras de tres de ellos pertenecientes al período clásico y algunas más pertenecientes a tiempos posteriores. En Atenas fueron representadas más de dos mil obras teatrales entre el 500 y el 200 a.C., pero apenas si podemos leer o representar cuarenta y seis[...].»
Del mundo griego, hubo numerosas bibliotecas destruidas por combates, pero la biblioteca destruida más famosa fue la biblioteca de Alejandría, que estaba dividida en dos partes: el Museo y el Serapeum.
Existe una polémica, todavía vigente, sobre la destrucción de libros hecha por los cristianos. Algunos historiadores han acusado al patriarca Teófilo de haber atacado el Serapeum en el año 389 y la biblioteca el 391, con una multitud enfurecida. El historiador Edward Gibbon ha advertido que «Teófilo procedió a demoler el Templo de Serapis, sin otras dificultades que las encontradas por él en el peso, y en la solidez de los materiales[...]La valiosa biblioteca de Alejandría fue saqueada o destruida; y cerca de veinte años después, la apariencia de los anaqueles vacíos excitó la furia y la indignación de cada espectador cuya mente no estuviese absolutamente oscurecida por un prejuicio religioso.»
[6]
Al concluir la toma del Templo, los cristianos llenaron de cruces el sitio y demolieron las paredes. El Serapeum fue destruido por órdenes de Teófilo, pero no hay un consenso unánime entre los historiadores en torno a quiénes destruyeron los libros del Museo. Actualmente, la tesis legendarias de los árabes como culpables ha perdido fuerza y ha dado origen a nuevas hipótesis. Una de ellas señala que fueron los romanos. Durante una rebelión en Alejandría ocurrida en el 215, ha dicho Dión Casio,
[7] las tropas romanas de Caracalla saquearon el Museo. El año 272, cuando la reina Zenobia de Palmira decidió asaltar Alejandría, las persecuciones contra bibliotecarios y libros fueron despiadadas. El historiador Ammiano,[8] al describir esta época, se refería al «ahora perdido lugar llamado Bruquion, duradero domicilio de prestigiosos hombres.» En el Bruquion estaban los Palacios Reales y el Museo. El año 273, Aureliano devolvió la ciudad a Roma, pero sus soldados no respetaron la biblioteca. Otra posibilidad es que hayan sido los mismos cristianos los que destruyeron el Museo, en su afán por borrar el pasado pagano de Alejandría. No hay que olvidar que en el 415 un grupo de monjes asesinó cruelmente a la bibliotecaria y matemática Hipatia.
En China, el filósofo Li Si, cuyo aporte a la unificación de la escritura china fue enorme,
[9] pues redujo de cinco a dos mil los caracteres, propuso la destrucción de todos los libros que defendían el retorno al pasado.[10] Sima Qian (h. 145-85 a.C), el gran cronista de China, ha conservado el informe presentado al soberano: [...]Su servidor solicita que el historiógrafo imperial queme todos los libros, aunque no los del reino de Ts’in. Excepto las personas que ostentan el cargo de letrados en el vasto saber; aquellos que en el imperio osen esconder el Shi King y el Schu King o los discursos de las Cien Escuelas deberán ir a las autoridades locales, civiles y militares para que aquéllos los quemen. Aquéllos que osen dialogar entre sí acerca del Shi King y del Schu King serán aniquilados y sus cadáveres expuestos en la plaza pública. Los que se sirvan de la Antigüedad para denigrar los tiempos presentes serán ejecutados junto con sus parientes[...]Treinta días después de que el edicto sea promulgado aquéllos que no hayan quemado sus libros serán marcados y enviados a trabajos forzados[...][11]


II



Tal vez convenga advertir que para el siglo IV no quedaba una biblioteca en Europa. Amiano Marcelino fue el privilegiado testigo que escribía: «[...]Las bibliotecas estaban cerradas como sepulcros a perpetuidad[...].»
[12]
El esplendor de las bibliotecas se mantenía muy lejos, en el Imperio Bizantino, al menos hasta 1204. Ese año la Cuarta Cruzada llegó a Constantinopla y miles de manuscritos fueron arrasados. Desde el 12 de abril, los cruzados saquearon la ciudad.
Turbas de soldados entraron en la iglesia Hagia Sofía, y se llegó a sentar a una prostituta en el trono del patriarca. El ataque fue salvaje: violaron a las mujeres, robaron los tapices de las iglesias, las obras de arte y los candelabros. Los sacerdotes, conscientes de la necesidad de mantener el temor a Dios como inicio de toda sabiduría, robaron con timidez todas las reliquias encontradas y prometieron la absolución a todos los saqueadores. Fue tal el robo que casi todas las iglesias de Europa llegaron a tener tesoros o reliquias de Constantinopla. Según el historiador Steve Runciman, «el saqueo de Constantinopla no tiene comparación en la historia...No hubo nunca un crimen mayor contra la humanidad que la Cuarta Cruzada[...].»
[13]
Hulagu Khan,
[14] nieto de Gengis Khan, atacó con sus tropas Bagdad en 1257. Sometió al Califa de la ciudad y los manuscritos de la biblioteca fueron entonces transportados a orillas del Tigris, arrojados y la tinta se mezcló con la sangre de los cuerpos.
Entre 1467 y 1477, una guerra civil en Japón acabó con todas las bibliotecas de Kyoto. La célebre colección de Ichijyo Kanera, prestigiosa en el mundo oriental, fue destruida. En 1527, el ejército de Carlos V conquistó Roma, y sometió la ciudad hacia el 6 de mayo. Fue un día sombrío, a causa de los saqueos. En medio de este enorme alboroto, fueron destruidas dos enormes bibliotecas: la de Elijah ben Asher Levita, notable cabalista, y la de su amigo el Cardenal Ægidio de Viterbo. Los libros fueron usados como fuego por los soldados, quienes estaban helados por el viento frío de las noches italianas.
Durante la Conquista de América Latina en el siglo XVI, se impusieron los Autos de Fe. Al parecer no bastaba con exterminar a los indios; había que borrarles la memoria de su pasado para someterlos.
En el año 1530, en Tetzcoco, Fray Juan de Zumárraga hizo una hoguera con todos los escritos e ídolos de los mayas.
[15] Su acto tuvo una repercusión enorme porque no hubo nadie entre quienes vieron la quema que no entendiera su significado: la idea era borrar el pasado y dar paso a nueva etapa. Juan Bautista Pomar relató que entre las grandes pérdidas de los indígenas estaban sus pinturas «en que tenían sus historias, porque al tiempo que el Marqués del Valle con los demás conquistadores entraron por primera vez en Tetzcoco, se las quemaron en las casas reales de Nezahualpiltzintli, en un gran aposento que era el archivo general de sus papeles[...].»[16] Esto lo ha ratificado el arqueólogo C.W. Ceram, quien ha revelado que Zumárraga «[...]destruyó en un gigantesco auto de fe cuantos documentos pudo obtener[...].»[17] La tradición católica ha intentado salvar la imagen de este religioso presentándolo de otra forma. Hoy es un lugar común en todas las historias sobre el libro atribuirle la introducción de la imprenta en México, pues en 1533 trajo a los primeros expertos en impresión desde España. Asimismo, y como paradoja, se señala que fue el creador de la primera biblioteca pública.[18]
Fray Diego de Landa continuó su labor. Landa dedicó meses a revisar la escritura maya y dejó un tratado donde describió su experiencia filológica, pero no aprendió la lengua por interés histórico sino para conocer mejor la personalidad de los indígenas y poder de esta forma adoctrinarlos con mayor éxito. En 1562, hizo quemar en el Auto de Maní cinco mil ídolos y 27 códices de los antiguos mayas.


III



Durante la Revolución Francesa, más de 8.000 libros se destruyeron sólo en París; en el resto de la nación en conflicto, desaparecieron más de 4.000.000, de los cuales 26.000 eran antiguos manuscritos. No pocos libros fueron utilizados para municiones.
En 1807, la escuadra inglesa atacó la ciudad de Copenhague, bombardeó e incendió numerosas casas: una de ellas era la de Grímur Jónsson Thorkelín, un excéntrico erudito de origen danés dedicado a elaborar una edición crítica completa del poema anglosajón titulado Beowulf. Evidentemente, el manuscrito de esta edición se destruyó y Thorkelín debió conformarse con editar una versión bastante forzada, pero meritoria.
En 1812, Moscú fue ocupado durante mes y medio por las tropas de Napoleón Bonaparte. Debido a los saqueos e incendios provocados, casi toda la ciudad quedó en ruinas. Miles de libros se extinguieron.
En 1813, los soldados americanos tomaron Canadá y York, quemaron el Parlamento y la biblioteca legislativa. En 1814, la venganza de los británico trajo como consecuencia que ardiera la Casa Blanca, la Casa del Tesoro, y el Capitolio. La Biblioteca del Congreso se quemó el 24 de agosto, y lo único que podía verse en su lugar, al día siguiente, eran las ruinas.
En 1870 la biblioteca de Estrasburgo fue quemada por las tropas prusianas y el fuego de artillería acabó con gran parte de la Biblioteca de la Escuela Especial Militar de Saint-Cyr. En este fuego se perdieron documentos sobre la historia de Francia, correspondencia de Napoleón, ejemplares del Journal Militaire y del Spectateur Militaire. Un obús destruyó en El Arsenal un volumen de Sextus Pompeius titulado De verborum significatione, anotado por el erudito Dacier. La biblioteca Sainte-Geneviève, la noche entre el 8 y el 9 de enero, fue atacada y se perdieron libros y manuscritos antiguos.
Durante la Comuna, no se pudo impedir la quema de bibliotecas y textos. El incendio de las Tullerías, en Francia, en 1871, ocasionó la extinción de cientos de obras. Entre la noche del 23 y 24 de mayo, decenas de manuscritos desaparecieron en el voraz incendio de la Biblioteca del Louvre en París. También fue incendiado el Palais du Conseil d'Etat y numerosos volúmenes fueron destruidos.
La guerra de la Independencia de España se prolongó desde el año 1808 hasta 1814, cuando el Rey Fernando VII retomó el control del poder de la monarquía. Fue un tiempo cruel, descrito perfectamente por el pintor Goya en su serie sobre los horrores de la guerra.
[19] Es bien conocido que las tropas invasoras utilizaron centenares de obras como papel para la munición.[20]
La Abadía de Montserrat, que contaba con una de las bibliotecas más extraordinarias de España y quizás de Europa, con un archivo completo y organizado, fue arrasada por las tropas francesas, para evitar que sirviera como fortificación.
La Emancipación de Hispanoamérica estuvo marcada por episodios que destruyeron decenas de bibliotecas y colecciones de libros. En Venezuela, la retirada que causó la derrota de La Puerta, hizo caer en manos del ejército español todos los ejemplares que había reunido Simón Bolívar en 1814 para una biblioteca pública. Manuel Pérez Vila, historiador, resumió así las consecuencias: «[...] en marzo de 1817 el comisario del Santo Oficio mandará a quemar 691 tomos de obras diversas, que una vez estuvieron a punto de constituir el núcleo de la biblioteca pública de Caracas, en plena guerra a muerte [...].»
[21]
En México, la guerra de Independencia significó la destrucción de varias bibliotecas y colecciones de libros. Hoy se sabe que miles de ejemplares fueron eliminados al ser utilizados para hacer cartuchos de pólvora. La ruina general, por lo demás, contribuyó a acentuar el abandono y la pérdida de ejemplares valiosos.



IV


El siglo XX será recordado por sus genocidios, pero sobre todo porque es el siglo en el que se han destruidos más libros que en ninguna otra época por causa de la guerra. Hay una relación entre el genocidio y el memoricidio. Mientras mayor es el genocidio, mayor es el memoricidio.
En la Primera Guerra, especialmente el 25 de agosto de 1914, las tropas alemanas, tomada Bélgica, atacaron la biblioteca de la Universidad Católica de Lovaina. En pocas horas, acabaron con 300.000 libros, 800 incunables y 1.000 manuscritos.
[22] Esa misma biblioteca volvió a ser atacada con artillería pesada en mayo de 1940 por los nazis: casi 900.000 libros, 800 manuscritos y 200 obras antiguas fueron destruidos.
El Holocausto Judío fue el nombre que se dio a la aniquilación sistemática de millones de judíos a manos de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Pero este acontecimiento fue precedido por el Bibliocausto,
[23] donde millones de libros fueron destruidos por el mismo régimen. Entender cómo se gestó este horror puede permitirnos comprender cuanta razón tenía Heinrich Heine cuando escribió proféticamente en su obra Almanzor (1821): «[...] Allí donde queman libros, acaban quemando hombres [...].» La destrucción de libros fue apenas el prólogo de la matanza que siguió. Las hogueras de libros inspiraron los hornos crematorios.
El 10 de mayo de 1933 fue un día agitado. Los miembros de la Asociación de Estudiantes Alemanes comenzaron a recoger todos los libros prohibidos. Había una euforia inesperada, contagiosa. Los libros, junto con los que se habían obtenido en centros como el Instituto de Investigaciones Sexuales o en las bibliotecas de judíos capturados, fueron transportados a Opernplatz. En total, el número de obras sobrepasaba los 25.000. Pronto, se concentró una multitud alrededor de los estudiantes. Éstos empezaron a cantar un himnos que causaron gran impresión entre los espectadores. La hoguera ya estaba encendida con kerosén desde las 11:30. Joseph Goebbels, que había peleado ese día con su indomable mujer, levantó la voz y después de saludar con un estruendoso Heil, explicó los motivos de la quema:

Las revoluciones que son genuinas no se paran en nada. Ninguna área debe permanecer intocable[...]
Por tanto, Uds. están haciendo lo correcto cuando Uds., a esta hora de medianoche, entregan a las llamas el espíritu diabólico del pasado[...]
El anterior pasado perece en las llamas; los nuevos tiempos renacen de esas llamas que se queman en nuestros corazones[...]
[24]

La operación Bücherverbrennung o Quema de Libros, cuyas características se habían mantenido secretas hasta ese instante, se reveló pronto en su verdadera dimensión porque el mismo 10 de mayo se quemaron libros en numerosas ciudades alemanas. En Frankfurt, los libros fueron traídos en camiones y los estudiantes hicieron cadenas humanas para llevarlos hasta la hoguera. En Munich, días antes de la quema, se repartió un programa con la descripción de los actos: una apertura musical, el discurso del Rector, el prestigioso Leo Ritter, discurso de Kurt Ellersiek, Presidente de la Asociación de Estudiantes Alemanes, una interpretación del Egmont de Beethoven, cantos a cargo de una soprano renombrada, y finalmente «La gloria de Dios está en la naturaleza» de Beethoven. En la Residenzplatz de Würzburg se incineraron por igual cientos de escritos.
Según W. Jütte
[25], los alemanes destruyeron en total las obras de más de 5.500 autores. Las primeras listas de autores prohibidos se reducían a doce. Luego crecieron a 171. En 1935, el Reichsschrifttumskammer prohibía 524 autores. Entre otros muchos, los autores censurados, vetados o eliminados por los nazis, bien en Alemania, Polonia, Francia o en otros lugares conforman una larga lista.
La Segunda Guerra Mundial provocó millares de pérdidas en el sector de las bibliotecas. Según algunas estimaciones optimistas, más de 2.000.000 de libros y 39.000 manuscritos desaparecieron en un solo país: Italia.
Desde 1939, no hubo semana en la cual no se produjese un ataque contra una biblioteca o museo polaco. La Biblioteca Raczynsky, la Biblioteca de la Sociedad Científica y la Biblioteca de la Catedral (dotada con una renombrada colección de incunables), sufrieron quemas devastadoras. En Varsovia, La Biblioteca Nacional, en octubre de 1944, fue destruida con tal saña que se quemaron 700.000 libros. Esto no es todo: la biblioteca militar, con 350.000 obras, fue arrasada. Cuando los alemanes abandonaban el país, quemaron los archivos de la Biblioteca Pública. La Biblioteca Tecnológica de la Universidad, con 78.000 libros, fue atacada y destruida en 1944.
Según los expertos, unos 15.000.000 de libros desaparecieron en Polonia. En 1940 comenzó un proceso de depuración de las librerías y bibliotecas llevado a cabo por el Hauptabteilung Propaganda der Regierung des Generalgouvernements (Departamento de la Administración General del Gobierno), que tuvo el dudoso honor de preparar las listas de títulos prohibidos y llegó a incluir 3.200 textos.
Entre 1938 y 1945, el ejército alemán, inspirado por el mito de una raza pura con textos sagrados, invadió también Checoslovaquia. Los libros de los judíos checos contemporáneos fueron destruidos y las obras de algunos autores clásicos desaparecieron rápidamente. En este renglón estaban las de Jan Hus, Alois Irassek y Victor Dieck. La biblioteca de la Universidad de Praga fue severamente dañada y al menos 25.000 libros desaparecieron. Todos los volúmenes de la biblioteca de la Facultad de Ciencias Naturales fueron destruidos. Al final de la ocupación, ya no existían 2.000.000 de obras y clásicos como la Biblia Eslava y siete códices preciosos pertenecientes a la biblioteca de Jan Hodejovsky, quedaron reducidos a cenizas.
Inglaterra, entre 1940 y 1942, fue atacada por la aviación alemana.
[26] Unos 100.000 libros desaparecieron tras el bombardeo que derrumbó la biblioteca de Conventry. La biblioteca del Central Lending de Liverpool, junto con sus libros, desapareció después de los ataques. En Londres, la biblioteca del Inner Temple, restaurada en 1668 e incrementada por valiosas donaciones, fue bombardeada. La torre se derrumbó el 19 de septiembre de 1940, y en medio de su desesperación los bibliotecarios trataron de apilar los libros en cajas, pero hacia mayo de 1941 toda la colección John Austin de jurisprudencia (133 textos con notas escritas de puño y letra) desapareció. Numerosas bombas acabaron con el Gran Salón de la Universidad de Bristol, donde reposaban 7.000 libros traídos del King’s College. Más de 25.000 obras fueron destruidas en el ataque a Guildhall. Las bombas destruyeron 20.000 libros de la biblioteca pública Minet. Increíblemente, fue atacado el Museo Británico, pero el coraje de los bibliotecarios impidió que las pérdidas superaran los 225.000 libros y unos 30.000 tomos con periódicos.[27]
En Rusia, la política de destruir la memoria de los pueblos fue aplicada de modo regular. En Petrovoredz existían 34.214 exhibiciones de museos y unos 11.700 libros raros en las bibliotecas palaciegas. El 23 de septiembre de 1941, los soldados saquearon todos los museos y quemaron los libros que consideraron impropios. En Novgorod los monumentos, obras artísticas y libros que fueron robados, fueron destruidos. En Smolensk, existía un Museo de Arte fundado en 1898, que fue saqueado, y todas las bibliotecas y escuelas devastadas. Al menos 646.000 libros desaparecieron allí. En las cercanías de Moscú, fueron aniquiladas 112 bibliotecas, 4 museos y 54 teatros. La Academia de Ciencias de Bielorrusia fue quemada con sus libros. Como si no bastara, en la Biblioteca Pública de Odesa se quemaron 2.000.000 de libros. Al menos 1.670 Iglesias Ortodoxas fueron quemadas, 237 Iglesias Católicas, 69 capillas, 532 Sinagogas, y siempre con todos sus depósitos bibliográficos.
En Ucrania, los alemanes destruyeron 151 museos, 62 teatros y unas 19.200 bibliotecas. Cuando los soldados alemanes invadieron Estonia en 1941, prohibieron todos los libros pro-soviéticos y los destruyeron.
Esto se circunscribe al caso de las regiones atacadas por los nazis. Pero como resultado de sus acciones, fueron contraatacados. El bombardeo sobre Alemania por parte de los aliados es uno de los acontecimientos más ignorados en la historia de la humanidad.
Baste mencionar algunos ejemplos. La noche del 9 de marzo de 1943, fueron destruidos 500.000 libros sobre humanidades y ciencias naturales en la Biblioteca Baviera, donde se perdió la mayor colección de Biblias del mundo. Berlín, la capital, fue el escenario de los combates más encarnizados. La Staatsbibliothek perdió 2.000.000 de obras. Unos 20.000 volúmenes quedaron convertidos en cenizas durante los ataques a la Universidad de Berlín. Centros prestigiosos como la biblioteca del Reichstag, la biblioteca de Deutsche Heeresbücherei, no sobrevivieron. Se redujo al 75% la colección de la Universidad de Bonn. La Staatsbibliothek de Bremen, famosa por sus obras raras, antiguos libros ilustrados y clásicos anotados, quedó en ruinas y 150.000 libros desaparecieron. La Hessische Landesbibliothek, en Darmstadt, con 760.000 libros, 2.217 incunables y unos 4.500 manuscritos, fue bombardeada hasta que sólo quedó un solar quemado.



V



Otro evento deplorable fue la guerra civil de España, que aniquiló millones de libros. En octubre de 1934, en Asturias, una insurrección popular se convirtió, por diferentes motivos, en una suerte de Comuna, y su fracaso desató una represión feroz, en la cual cualquier observador imparcial puede descubrir los primeros ejemplos de lo que sería el modo de pensar del general Franco y su entorno represivo. Las fuerzas públicas destruyeron los libros de más de 257 bibliotecas populares en los Ateneos: «Después de los sucesos de octubre de 1934, la fuerza pública quema los libros de las bibliotecas de los Ateneos. Parecida suerte corrieron las bibliotecas de las Casas del Pueblo o de Sindicatos como el de los Ferroviarios del Norte, que poseía más de cuatro mil volúmenes[...].»
[28]
La Biblioteca Universitaria de Asturias, cuyo depósito de manuscritos era admirado por otras instituciones de los pueblos vecinos, desapareció entre las llamas el día 13 de octubre de 1934.
[29] En 1937, la Biblioteca Nacional, en Madrid, fue bombardeada, y sólo por la abnegación de los bibliotecarios se pudieron salvar cientos de libros y manuscritos. Una canción de combate repudiaba semejantes ataques en esos años:

[...]Pasaron las alas negras.
Otro objetivo encontraron:
ésta es la Biblioteca,
donde salen hombres sabios,
y allí dejan caer sus bombas
las alas negras del fascio.
Ya no hay biblioteca.
Las alas negras pasaron.
Está convertida en ruinas;
donde se hacían los sabios,
la casa de hombres ilustres,
el fascismo la ha destrozado[...]
[30]


En Barcelona fueron destruidas 72 toneladas de libros, procedentes de librerías, editoriales y bibliotecas públicas (la Can Mainadé, Esplugues de Llobregat, por ejemplo) o particulares, y todo por sus contenidos comunistas.
En el caso de Navarra, la situación fue extremadamente violenta:

[...]Los responsables fascistas en Navarra pusieron especial interés en el expurgo en las escuelas y bibliotecas de «todos los libros, periódicos y folletos antipatrióticos, sectarios, inmorales, heréticos y pornográficos que han determinado un estado de corrupción y miseria en la conciencia de las masas.» La quema de libros fue un ritual frecuente tras el asalto a sedes y domicilios. Al abogado Astiz le quemaron toda la colección de Espasa. Piadosísimos folletos de carácter meramente vasquista fueron asimismo pasto de las llamas. En su primer ejemplar, Arriba España lo dejaba claro: «¡Camarada! Tienes obligación de perseguir al judaísmo, a la masonería, al marxismo y al separatismo. Destruye y quema sus periódicos, sus libros, sus revistas, sus propagandas.¡Camarada! ¡Por Dios y por la patria!» Sin embargo, ante la proliferación de las hogueras, solicitan posteriormente mesura, calma, y tacto exquisito en el tema, estableciendo la previa y rígida censura de los libros, expurgando las bibliotecas públicas, pero debiendo dejar en paz las privadas. Era ya noviembre de 1936. Arrasadas las bibliotecas de las izquierdas, se trataba de salvaguardar el resto[...]
[31]


VI


En África, las guerras civiles han desatado odios tribales que han provocado la destrucción de bibliotecas enteras en Angola, Somalia, Uganda, Zambia, Tanzania, Senegal, Namibia, etc., a lo que se ha sumado la falta de presupuestos y personal capacitado. Durante la guerra de Nigeria, entre 1967-1970, no quedó una sola biblioteca abierta en todo el país. En noviembre de 1995, fue ahorcado el escritor Ken Saro-Wiwa, líder de los ogoni, y sus libros destruidos. En 1997, Wole Soyinka, Premio Nobel de Literatura, fue acusado de alta traición y sus libros resultaron confiscados.
Un escritor bosnio, Ivan Lovrenovic ha contado que la Vijecnica, el imponente, elevado y colorido edificio dedicado a albergar la Biblioteca Nacional de Bosnia y Herzegovina, en Sarajevo, abierta en 1896 junto al río Miljacka, fue bombardeada desde las diez y media de la noche del 25 de agosto de 1992 con fuego de artillería.
[32] La biblioteca tenía 1.500.000 volúmenes, 155.000 obras raras, 478 manuscritos, millones de periódicos del mundo entero, pero fue devastada por órdenes del general serbio Ratko Mladic por medio de 25 obuses incendiarios, lanzados durante tres días, a pesar de que sus instalaciones estaban marcadas con banderas azules para indicar su condición de patrimonio cultural. Algunos amantes del libro, habían formado una larga cadena humana para pasarse los textos y transportarlos a un lugar seguro, y salvaron algunos. Los bomberos intentaron apagar las llamas, sin suerte, porque la intensidad de los ataques no lo permitió. Finalmente, las columnas moriscas ardieron y las ventanas estallaron para dejar salir las llamas. El techo se derrumbó y por el suelo quedaron regados los restos de manuscritos, obras de arte y escombros de las paredes y escaleras. Un bombero improvisado, Kenan Slinic, cuando fue abordado por los corresponsales de guerra para que explicara por qué arriesgó su vida por la biblioteca dijo: «Yo nací en esta tierra y ellos queman una parte de mí.»
En el inicio de la guerra, había más de 1000 bibliotecas en Chechenia y más de 11.000.000 de libros, una red de 109 bibliotecas científicas, redes bibliotecarias en la Universidad de Grosny, el Instituto Petrolero y el Instituto Pedagógico, 14 bibliotecas técnicas y 450 bibliotecas escolares. Hacia 1995, los rusos habían destruido la Biblioteca Nacional, la Biblioteca Nacional Infantil, la Biblioteca Nacional Médica, las bibliotecas universitarias y la Biblioteca Central de Ciencias. Más del 60 por ciento de los bibliotecarios huyó y cientos de lugares quedaron cerrados.



VII

En la guerra contra Palestina, Israel ha cometido excesos increíbles. Un caso reciente fue causado por la incursión de las tropas de Israel el 29 de marzo del 2002. El 2 de abril, dos de los centros más importantes de la Universidad Al Quds, ubicados en El Bireh, fueron atacados con fuego de artillería. Las aulas de la Escuela de Medicina desaparecieron y la biblioteca fue aniquilada. El Instituto de Medios y la Televisión Educativa de dicha universidad también sufrieron daños.
El 13 de abril, el gobierno Palestino denunció el ataque contra el Centro Khlalil Sakakini, donde explotaron granadas y fueron confiscados libros. El 14 de abril fue incendiada la biblioteca de la Universidad Bethlehem, aunque los daños pudieron minimizarse debido a la acción rápida del cuerpo de seguridad de esta institución. Al menos gran parte de la infraestructura del Centro Cultural Francés de Ramala fue bombardeada y el fuego de ametralladoras acabó con casi 4.000 libros. Las bibliotecas municipales no escaparon a la destrucción sistemáticas de cintas de video, grabaciones y libros (con o sin propaganda). Al-Bireh fue uno de los blancos.
A saber, el 22 de abril fueron quemados los archivos de Ramala, donde estaban los documentos y registros de propiedad de la tierra, además de las historias de más de un millón de estudiantes de primaria, enseñanza media y universitaria, algunos registros de seguros, patente vehicular, registros policiales y, en suma, todo lo concerniente a la vida de Palestina.
El mes de abril de 2003 el mundo fue conmovido por una serie de eventos imprevisibles y atroces que destruyeron los principales centros culturales de Irak. Una ola de saqueos desmanteló los edificios públicos y comercios de Bagdad los días 8 y 9 tras la toma de la ciudad por el ejército de Estados Unidos. Para el 10, grupos de vándalos atacaron el prestigioso Museo Arqueológico en las circunstancias más deplorables y extrañas. Al menos 30 obras de valor inconmensurable y miles de otras piezas fueron sustraídas o reducidas a escombros y las salas resultaron arrasadas, junto con tablillas de arcilla que tenían las primeras muestras de escritura de la humanidad.
Después del fatídico 13, la Biblioteca Nacional (Dar al-Kutub wa al-Watha’iq), que ya había sido sometida a un robo feroz, quedó destruida por un incendio premeditado. Contenía más de dos millones quinientos mil libros, además de los depósitos legales que se hacían desde 1998. A pesar del esfuerzo de los bibliotecarios y diversos grupos de voluntarios, que lograron salvar numerosos textos, se destruyeron más de un millón de libros. El Archivo Nacional, localizado en el segundo piso de la Biblioteca, perdió dos millones de documentos, incluidos los del período Otomano.
Ardieron más de 700 manuscritos antiguos y 1500 desaparecieron en la Biblioteca Awqaf, cuyo edificio quedó en ruinas. En la Casa de la Sabiduría (Bayt al-Hikma) cientos de volúmenes fueron exterminados por el fuego. En la Academia de Ciencias de Irak (al-Majma’ al-‘Ilmi al-Iraqi) el 60 por ciento de los textos se extinguió. La Universidad de Bagdad fue víctima de bombardeos, incendios y robos. La Madrasa Mustansiriyya fue saqueada, aunque el porcentaje de pérdidas no supera el cuatro por ciento.
En Basora, fueron incendiadas la Biblioteca Pública Central, la Biblioteca de la Universidad y la Biblioteca Islámica. En Mosul, la Biblioteca del Museo fue víctima de expertos en manuscritos, quienes seleccionaron ciertos textos y se los llevaron. Y, en añadidura a esta catástrofe, tan inesperada, miles de asentamientos arqueológicos fueron puestos en peligro debido a la falta de vigilancia y han sido sustraídas unas 150.000 tablillas con muestras de las primeras escrituras del mundo.
En 2006, estalló el conflicto entre Israel y el Líbano, y este último país mencionado sufrió daños severos en sus bibliotecas.

VIII



El panorama descrito en estas páginas es aterrador, aunque aquí se presenta apenas una síntesis de mi obra “Historia universal de la destrucción de libros” (Destino, 2004).
Es importante aclarar que en la aniquilación del patrimonio cultural bibliográfico, sin lugar a dudas que la guerra se encuentra entre los factores más dañinos. En ocasiones, predomina la irresponsabilidad y el ataque es accidental. No obstante, en general la guerra tiene entre uno de sus objetivos borrar la memoria del adversario. A lo largo de la historia, cuando un grupo o nación intenta someter a otro grupo o nación, lo primero que intenta es borrar su memoria para reconfigurar su identidad. Y un modo eficaz de borrar la memoria consiste en destruir los símbolos culturales principales que forman parte de los recuerdos compartidos. No hay identidad colectiva si la memoria colectiva está mutilada.
Yo sostengo que el libro no es destruido como objeto físico sino como vínculo de memoria. John Milton, en Aeropagitica (1644), creía que lo destruido en un libro era la racionalidad representada: «[...]quien destruye un buen libro mata a la Razón misma[...].» Un libro se destruye con ánimo de aniquilar la memoria que encierra, es decir, el patrimonio de ideas de una cultura entera. La destrucción se cumple contra cuanto se considere una amenaza directa o indirecta a un valor considerado superior. El libro no se destruye porque se le odie como objeto.
Hay un aspecto determinante en la guerra y es que el dominio no se establece sin una relación de convicción. No hay hegemonía política ni militar sin hegemonía cultural. Quienes han destruido libros y bibliotecas saben lo que hacen, y hacen lo que saben. Su objetivo ha sido y es claro: intimidar, desmotivar, desmoralizar, propiciar el olvido histórico, disminuir la resistencia y sobre todo fomentar la duda.
El conflicto armado, y con esto concluyo, restituye dos mitos en la destrucción de libros. El primero es el mito del Fénix, según el cual sólo se renace de las cenizas. El segundo es el mito de Eróstrato: quien destruye se consagra en el tiempo. He aquí las dos orillas de un mismo horror.




FUENTES


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[1] Las pruebas de radiocarbono en las tumbas de Abidos, en Egipto, apuntan a que había una especie de proto-jeroglifos hacia el 3.400 a.C, pero no son confiables. Hoy por hoy, la polémica se ha ampliado con los descubrimientos en el asentamiento de Vinca.
[2] LARA PEINADO, FEDERICO. Himnos Sumerios, Tecnos, 1988, p. 167.
[3] OFFNER, G. Revue d'assyriologie et d'archeologie orientale 44, 1950, p. 137.
[4] MEDI BADI, AMIR. Les Grecs et les Barbares, Payot, Paris, 1963, p. 106.
[5] DOVER, K.J. Literatura en la Grecia Antigua, 1986, p. 15.
[6] The decline and Fall of the Roman Empire, 1839.
[7] LXXVII, 7.
[8] XXII, 16, 15.
[9] NOEL, BARNARD. «The nature of the Ch’in ‘Reform of the Script’ as Reflected in Archeological Documents Excavated under Conditions of Control», en: D.T. ROY & TSIEN TSUEN-HSUIN (ed.), Ancient China: Studies in Early Chinese Civilization, Hong Kong, The Chinese UP, 1979.
[10] MAI CHAN, LOIS. «The Burning of the Books in China, 213 B.C.,» Journal of Library History 7 (April 1972), pp. 101 108.
[11] MONTENEGRO, A. Historia de la China Antigua, 1974, p. 298.
[12] XIV, 6, 18.
[13] A History of the Crusades, vol. 2, pp. 123-139.
[14] NICOLLE, DAVID. The Mongol warlords: Genghis Khan, Kublai Khan, Hulagu, Tamerlane, 1990.
[15] GALEANO, EDUARDO. Memorias del Fuego, vol. I, 2000, p. 98.
[16] POMAR, JUAN BAUTISTA. Relación de Tezcoco (ed. facsimilar de la de 1891 con advertencia preliminar y notas de Joaquín García Icazbalceta, México, Bibl. Enciclopédica del Estado de México, 1975.
[17] Dioses, tumbas y sabios, 1985, p. 356.
[18] MMA. CARREÑO, Alberto. “La primera biblioteca pública del Continente americano”, Divulgación histórica 8, (15 de junio de 1943), IV, México.
[19] AYMES, JEAN RENÉ, La guerra de la independencia en España (1808-1814). Siglo XXI de España Editores, Madrid, 1974.
[20] JIMÉNEZ GÓMEZ, SANTIAGO. Guía para el estudio de la Edad Media Gallega (1100-1480), Servicio de Publicaciones de la Universidad de Santiago de Compostela, Santiago de Compostela, 1973, p. 118.
[21] «Una biblioteca pública en plena guerra a muerte», Biblioteca Nacional, 8, 1960, p. 3.
[22] Encyclopaedia of Library and Information Science, 1968-1994, vol. 2, p.310.
[23] La bibliografía sobre este tema es inagotable. No obstante, he consultado con interés algunos textos para la elaboración de esta sección: WALBERER, ULRICH (Ed.), 10 Mai 1933 Buecherverbrennung in Deutschland und die Folgen, Frankfurt am Main, Fischer Taschenbuch Verlag, 1983; A. GRAF Y H. D. KUEBLER, Verbrannte Buecher Verbrannte Ideen, Hamburg, O. Heinevetter, 1993; VOLKER DAHM, Das Juedische Buch im Dritten Reich Vol. 1: Die Ausschaltung der Juedischen Autoren, Verleger und Buchhaendler, Frankfurt am Main, Buchhaendler Vereinigung, 1979.
[24] El texto aparece en Völkischer Beobachter, May 12, 1933:
«Das Zeitalter eines überspitzten jüdischen Intellektualismus ist zu Ende gegangen, und die deutsche Revolution hat dem deutschen Wesen wieder die Gasse freigemacht. Diese Revolution kam nicht von oben, sie ist von unten hervorgebrochen. Sie ist deshalb im besten Sinne des Wortes der Vollzug des Volkswillens[…]
«In den letzten vierzehn Jahren, in denen ihr, Kommilitonen, in schweigender Schmach die Demütigungen der Novemberrepublik über euch ergehen lassen mußtet, füllten sich die Bibliotheken mit Schund und Schmutz jüdischer Asphaltliteraten.
«Während die Wissenschaft sich allmählich vom Leben isolierte, hat das junge Deutschland längst schon einen neuen fertigen Rechts- und Normalzustand wieder hergestellt[…]
«Revolutionen, die echt sind, machen nirgends Halt. Es darf kein Gebiet unberührt bleiben[...]
«Deshalb tut ihr gut daran, in dieser mitternächtlichen Stunde den Ungeist der Vergangenheit den Flammen anzuvertrauen[…]
«Das Alte liegt in den Flammen, das Neue wird aus der Flamme unseres eigenen Herzens wieder emporsteigen[…]
[25] «Volksbibliotheke im Naztionalsozialismus», Buch und Bibliothek 39, pp. 345-348, 1987.
[26] UREN STUBBINGS, HILDA. Blitzkrieg and Books: British and European Libraries As Casualties of World War II, Rubena Press, 1993.
[27] RUSSELL, J.R. «Libraries under Fire», ALA Bulletin 35, (1941), pp. 277-279.
[28] FERNÁNDEZ SORIA, JUAN MANUEL. Educación y cultura en la Guerra Civil (1936-39). Barcelona, NAU llibres, 1984. Capítulo III.
[29] RODRÍGUEZ ÁLVAREZ, RAMÓN. La Biblioteca de la Universidad de Oviedo. 1765-1934, Universidad de Oviedo 1993.
[30] Ibid., p. 141.
[31] Navarra 1936: de la esperanza al terror, Tafalla, 1986, vol. I, pp. 136-137.
[32] «The hatred of memory», The New York Times, 28 May, 1994.


martes, octubre 17, 2006

La democracia ateniense y la asamblea como protagonista política

La democracia ateniense ha sido estudiada por muchas escuelas historiográficas. Este complejo sistema político de la Antigua Grecia tuvo cambios, evoluciones y continuas relecturas.
En esta forma de gobierno que se dió en Atenas, la asamblea tuvo un rol protagónico.
El historiador argentino Julián Gallego, realizó una extensa investigación y un profundo análisis de este período histórico que tuvo su auge en el siglo V, momento en que gobernaba Pericles.
La reflexión de Gallego demuestra que en cada período histórico de la humanidad se hizó su propia lectura de la democracia ateniense, a partir de su propia realidad política.
Gallego también realizó una comparación histórica de las estructuras de aquellas asambleas atenienses y las otras asambleas populares, como las del 2001 y las de Colón y Gualeguaychú, en Entre Ríos, contra las papeleras de Fray Bentos, Uruguay.
En Con Ciencia y Trabajo, Carlos Subosky, dialogó con el doctor Julián Gallego sobre estos temas.

Investigación, producción, entrevista y guión: Carlos Subosky
Locución: Diana Costanzo
Edición sonora: Diego Rosato
Coordinación de Contenidos: Susana Pelayes
Radio Nacional Argentina

Escuchar entrevista a Julián Gallego


miércoles, octubre 11, 2006

Una institución preocupada en el patrimonio artístico nacional

El patrimonio cultural de una nación es fundamental para que la sociedad tome conciencia de su memoria y de su historia. Por eso la preservación y restauración de objetos culturales, como libros, obras de arte, archivos audiovisuales es indispensable para la formación de los países. En este sentido la universidad pública tiene un rol trascendental.
La Universidad Nacional de San Martín es una de las instituciones estatales preocupadas en este tema, ya sea ofreciendo formación académica o entregando las herramientas a la sociedad, para el cuidado de la cultura.
Por eso se creó en esta universidad la
Maestría en Conservación y Restauración del Patrimonio Artístico y Bibliográfico Nacional, de dos años de duración.
Su curso de ingresó comenzó en octubre y las actividades se iniciarán en abril de 2007.

Con Ciencia y Trabajo dialogó con el director de la maestría, el doctor José Emilio Burucúa, quién detalló los contenidos y objetivos de la iniciativa.

Producción, investigación, edición, guión y entrevista: Carlos Subosky
Locución: Diana Costanzo
Edición sonora: Diego Rosato
Coordinación de Contenidos: Susana Pelayes

Escuchar programa

La Maestría en Conservación y Restauración del Patrimonio Artístico y Bibliográfico Nacional de la Usam, cuenta con un plantel académico de gran calidad, como Fernando Marte, Gabriela Siracusano, Héctor Schenone y otros profesionales en el tema.


lunes, octubre 09, 2006

Qué es un blog cultural ?

Justo Serna es un historiador español que colabora con nuestro blog. A continuación ofrecemos un reportaje donde define algunos conceptos de la función de un blog para el desarrollo cultural y define su posición con respecto a este fenómeno de internet.
Serna tiene varias
páginas web dedicadas al análisis de la historia y de la cultura.

QUÉ ES UN BLOG CULTURAL ?

Justo Serna
*

Pregunta. Usted mantiene en Internet un blog, una página personal. ¿Cuál es su experiencia?

En Los archivos de Justo Serna publico comentarios con una regularidad diaria (salvo los fines de semana) sobre los temas más variados en función de la actualidad. Me guían las novedades de la política y la cultura, de la historia y de la literatura, principalmente. Ésos son los factores que me hacen repensar mi tiempo con la óptica del historiador cultural que soy (o que creo ser). Procuro que mis comentarios tengan algo que ver con los problemas que nos acucian. Son entradas que por decirlo de alguna manera tienen una inspiración intelectual, evitando al mismo tiempo la pesadez propiamente académica, es decir, dándole un tono periodístico.


Mantener un blog con estas condiciones es trabajoso: mantener un blog diariamente y que además se actualice con contenidos densos, que no sean una mera ocurrencia, es laborioso. Algo, por otra parte, que no siempre tiene un pago suficientemente narcisista. En los medios de comunicación españoles hay una evidente crispación entre derecha e izquierda; en Internet, ese enfado alcanza proporciones descomunales. Mucha gente en la Red parece mostrarse irritadísima, pero hasta un punto en que prácticamente insultan cuando aluden a tus textos. Es una especie de desgarro personal que padece una multitud: tanto que cuesta creer que sea verdadero. La gente no puede vivir con esa hosquedad. De modo que hay días en que uno se replantea la pertinencia de lo que hace: en otros blogs simplemente me acribillan. Eso genera cansancio personal, pero también hartazgo por el insulto y el desgarro y crispación de tanta gente en Internet. Felizmente, en mi bitácora solemos mantener las formas.


¿Cómo es su diario electrónico?

Al emplear la palabra diario corremos el riesgo de la anfibología. Podemos interpretarla como un sinónimo de periódico o como equivalente a dietario. Permítame responderle, en primer lugar, en el sentido de periódico. En general, muchos bloggers aspiran a convertirse en fuentes de noticias, algo así como reporteros intrépidos, capaces de dar cuenta de aquello que la prensa de papel no suministra por desatención, por rutina o por simple censura. La meta es sugestiva y si efectivamente el periodismo digital o las bitácoras informan de lo que no se atreven o no pueden informar los medios tradicionales, entonces tendrán en el futuro un papel destacado. En países en los que la censura impide la libre difusión del dato, de la noticia, de la revelación, el blog puede transmitir lo que los poderes tapan y ocultan, hecho que a sus responsables les ha podido poner en estado de riesgo. En aquellos otros países en los que la censura no es política, el blogger puede competir con los periodistas en el suministro de la información, siendo, por ejemplo, más audaz que el reportero sometido a los esquemas de su propio medio de comunicación. Hay, sin embargo, algo de espejismo en esta pretensión, pues no es exactamente más información lo que hoy necesitamos, al menos en un Occidente saturado, infoxicado, sino criterios de discriminación del dato y de la fuente. Recursos para poder establecer juicios fundados, opiniones firmes y documentadas. Hace unos quince años nos recordaba Umberto Eco que el lector dominical del New York Times tenía ese día mayor cantidad de información en el papel impreso que lo que podía tener un europeo ilustrado del Setecientos a lo largo de toda su vida. Ese exceso, esa abundancia, puede generar material repetido e irrelevante, pero sobre todo puede provocar todo tipo de patologías, entre ellas la que Richard Saul Wurman llamó Information Axiety.

Y en su blog, ¿qué prima, la información o la opinión?

Creo que en la Red y en general en los medios empieza a sobrar opinión y empieza a faltar cada vez más información contrastada. Hay una saturación de opiniones, pero faltan juicios informados. No sé si muchos hemos contribuido a este exceso con los blogs. Yo creo que la mejor opinión será siempre deudora de la información razonada, de la deliberación. Pero también la mejor opinión dependerá del crédito que una persona tenga. En Internet cada vez más lo que se está imponiendo es el anonimato del juicio, la exaltación del nick, de los alias, y eso lleva a una degradación, creo, imparable.

Algún periodista ha escrito recientemente que un blog es la fusión entre periodismo y narcisismo. ¿Cuál sería la diferencia entre un blog y una columna de opinión?

Hay muchas clases de blog, de bitácoras. Yo recuerdo haber oído en cierta ocasión a Umberto Eco decir que el blog más extraño que había visto era uno en el que el responsable mostraba su esófago. Ése es el ejemplo más patológico de narcisismo. Pero otros que no exhibimos nuestro esófago, nos mostramos opinando, tratando de analizar la realidad, implicándonos. Y eso, por supuesto, tiene que ver con la vanidad, pues uno acaba creyendo que su opinión tiene algún valor. ¿Es así? Creo que mis comentarios en el blog no se han diferenciado sustancialmente de mis artículos en la prensa (Levante, El País), al menos están hechos con la misma fortuna o con el mismo desacierto.

Pero, insisto, ¿es el blog una forma de narcisismo?

"El diario, sin duda, es un género cómico”, decía Ricardo Piglia en 'Crítica y ficción'. Uno se convierte automáticamente en una especie de payaso, alguien que provoca la risa o la conmiseración de sus espectadores o lectores en este caso. ¿Por qué razón? Un individuo que anota día a día cosas de su propia vida o pensamientos, sugestiones, reflexiones es algo bastante ridículo, añadía el narrador argentino. No podemos tomar en serio a quien así se expone y a quien va dejando miguitas, sobras o desechos o, mejor, huellas para que otros le sigan el rastro.
Pensamos que la memoria es una función que nos sirve para recordar, para evocar aquello que fuimos o hicimos. En realidad, como anota Piglia, la empleamos para olvidar, para exhumar sólo aquello que nos da coherencia, que nos facilita un relato coherente de nosotros mismos, las piezas bien encajadas que forman una efigie inapelable, bien trazada. De ahí que una parte no despreciable de nuestras reminiscencias sea el caudal de lo que llamamos recuerdos encubridores o creadores, las evocaciones intrascendentes que tapan lo que nos ocasiona dolor o conmoción o las rememoraciones que de manera involuntaria inventamos para darnos un pasado que nunca tuvimos.
Pues bien, como dice expresamente Piglia, “un diario es una máquina de dejar huellas” y, por tanto, dibuja un camino que se puede seguir y que nos lleva hasta el paseante mismo. Confesándose sobre el particular, añade: “me gustan mucho los primeros años de mi diario porque allí lucho con el vacío total: no pasa nada, nunca pasa nada en realidad, pero en ese tiempo me preocupaba, era muy ingenuo, estaba todo el tiempo buscando aventuras extraordinarias”. En efecto, una de las cosas más sorprendentes de los diarios de los escritores es que se esfuerzan por captar lo que externamente viven, tomándose como espectadores, tomando sus notas como el observatorio desde el que avizorar la marcha del mundo, y presentándose ellos mismos como testimonios de unas vicisitudes de las que dar registro.
Quizá no sea esta tarea tan distinta de la que hace el blogger: sabedor de que contempla y registra en un espacio que es inaprensible, desorientado incluso, se empeña por tomarse como portavoz. A quienes cultivan el diario electrónico les suele molestar que les atribuyan razones de narcisismo para justificar el mantenimiento de una bitácora. Ya sostuve una vez que ésa es una de las razones que alientan el mantenimiento de una bitácora. No creo que haya que pedir perdón por ello o rechazar lo obvio al ser descubiertos. El diarista público, aquel que edita en papel o en la Red sus ideas, sus incertidumbres, sus malestares, sus estupores, es siempre alguien cuyo narcisismo se nutre de la exhibición. ¿Acaso el profesor no experimenta un placer exquisito cuando habla ante sus muchachos inquisitivos, cuando ve en ellos la atención despierta de quien quiere más, mucho más? ¿Acaso el periodista no se envanece cuando sus lectores reconocen sus revelaciones?

Entonces, más allá del narcisismo, ¿el blog podemos concebirlo como un laboratorio?

Sí, sí. Me gustaría concebir la bitácora como si de un laboratorio se tratara, el centro de una escritura pública, una agenda propiamente intelectual. “La forma de diario me gusta mucho, la variedad de géneros que se entreveían, los distintos registros”, admitía Ricardo Piglia. En el mejor de los casos, “el diario es el híbrido por excelencia, es una forma muy seductora: combina relatos, ideas, notas de lectura, polémica, conversaciones, citas, diatribas, restos de verdad. Mezcla política, historias, viajes, pasiones, cuentas, promesas, fracasos”. Todo, absolutamente todo, puede escribirse y las cosas que quedan, las huellas de Piglia, son una especie de borradores de escritos mayores, una agenda pública de quien se deja sorprender por un mundo que anota con los recursos del conocimiento, de los libros, de las lecturas; pero son también borradores de vidas potenciales que la existencia cotidiana no nos da.
El blog como experimento, pues.
Como un experimento, cierto. Quiero pensarlo del mismo modo que John Stuart Mill pensaba su dietario. “Este librito es un experimento”, decía John Stuart Mill refiriéndose a su pequeño Diario. Salvando las distancias, que son efectivamente muchas, yo me tomo el blog de una manera semejante, como un diario en el que experimentar el ejercicio de la escritura ordinaria. “Aparte de cualquier otra cosa que pueda lograr”, añadía Stuart Mill el 8 de enero de 1854 en su dietario, “servirá para ejemplificar, al menos en el caso del autor, qué efecto se produce en la mente cuando uno se obliga a tener por lo menos un pensamiento cada día, que merezca ponerse por escrito”. Sería un prodigio que a mí me suceda exactamente lo mismo, que yo pueda alumbrar un pensamiento cada día. He procurado ser más modesto: que los pensamientos que nacen del roce de otras inteligencias pudieran destilarse en mi bitácora.

“Para este propósito”, insistía Stuart Mill, “no puede contar como pensamiento el mero especialismo, ya sea de ciencia o de práctica”. Es decir, no podemos contentarnos en un dietario de esta índole con consignar ideas o saberes de las disciplinas y de las especialidades. Un blog de historia o un blog de sociología, por ejemplo, que sólo leyeran los colegas. Lo ideal, lo deseable, es que el diario esté “referido a la vida, al sentimiento o a la alta especulación metafísica”, añadía Stuart Mill. Esto es, a aquel conjunto de problemas que nos preocupan y que no tienen fácil respuesta.

“Probablemente, lo primero que descubriré en el intento”, decía el filósofo británico, “será que, en vez de uno por día, sólo tenga un pensamiento así una vez al mes; y que sean sólo repeticiones de pensamientos tan conocidos de todos...” Ojalá mis anotaciones sean repeticiones de pensamientos ya escritos por otros: no me fío mucho de mí mismo y, por las dudas, prefiero servirme con honradez y con referencia exacta de las ideas de otros.

¿Y eso cómo lo logra?

De lo que de verdad se trata es de tener criterios firmes y flexibles que permitan discriminar entre esos pensamientos que circulan. Pero para lograrlo, la lectura paciente de los libros y el ejercicio de una reflexión lenta y profunda son imprescindibles, porque de aquéllos nos vienen las discrepancias milenarias, esos vislumbres que otros ya adelantaron. Decía André Comte-Sponville que una idea nueva, verdaderamente nueva, que no haya sido pensada ni escrita jamás, tiene muchas probabilidades de ser una bobada. Pues bien, de eso se trata: de no caer en la simpleza creyendo ser original.

¿No creyendo ser original...?

Hace más de un siglo, Auguste Comte, gran amigo y corresponsal de John Stuart Mill, vivió en un delirio creciente. Era un pensador ciertamente original, aunque, eso sí, muy pagado de sí mismo, persuadido de su mérito y de la profundidad de sus discernimientos. Se propuso elaborar una idea completamente nueva, jamás concebida, y para ello decidió prescindir de los libros y de las ideas ajenas. Como los volúmenes lo anticipaban o lo contradecían, resolvió aislarse eliminando todo contacto erudito. Ese retiro defensivo lo vivió como una higiene intelectual. Fue, ya digo, un autor interesante de ideas audaces, pero al final menos originales de lo que él juzgaba. Fueron numerosos los factores que le sumieron en el delirio, pero esin duda entre ellos estuvo esa higiene intelectual que se prescribió a sí mismo. Estaba tan convencido de que podría subsistir valiéndose de sí mismo que acabó su días hundido en sus propias ideas.

¿Está usted “hundido en sus propias ideas”?

Yo no creo correr el mismo riesgo, entre otras cosas porque no profeso esa idolatría a la originalidad y porque mis magros nutrientes son efectivamente externos. Si Stuart Mill aceptaba tener un solo pensamiento, más o menos original, una vez al mes, no me iba a exigir yo mucho más. Espero, así, tener un pensamiento, aunque sólo sea uno, más o menos original, en este tiempo de bitácora.

Pero si repite ideas de otros, entonces es la suya una tarea escolar, un scriptorium (según titula usted mismo en una de sus secciones).

Desde hace mucho tiempo quiero pensar que leo con aplicación y disfrute, observando lo que me rodea. Desde hace mucho tiempo me gusta hacerme notas de lectura, compendios y juicios sobre lo que mis admirados autores me proporcionan y sobre lo que la realidad o el pasado me provocan. Un comentarista, que creía ser malicioso, decía que los textos de mi bitácora se parecían, en efecto, a redacciones escolares. Así es: si las bases de mi blog son apuntes que llevo desde antiguo y si esos apuntes se asemejan a la tarea colegial, entonces las cosas que escribo puedo verlas como los deberes que cumplo puntual y escrupulosamente. Soy una especie de alumno que quiere observar el mundo o un historiador atento o un lector que quiere ser minucioso aprendiendo, madurando, desarrollando una labor de exégesis, de anotación, al modo de quien sigue un dietario. ¿Es ésa una tarea equiparable al periodismo, a la crónica diaria y desconcertada de lo que ocurre? Me parece más próxima a la del ensayo, ese ensayo breve que se encierra y se orden en un dietario, con algo de atrevimiento especulativo y con una deliberada mezcla de escrituras. Es un trabajo de glosa de la realidad, de interpretación bibliográfica, un sedimento caótico y fértil de lecturas más o menos copiosas, hechas según un azar ordinario, fragmentariamente, atendiendo a las vivencias cotidianas y a lo que pasa.

* Justo Serna es profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Valencia


domingo, octubre 08, 2006

Reversión Temporal: ¿volver el tiempo atrás?

¿Quién no se imagino poder volver el tiempo atrás? ¿O tal vez, soñar en viajar al pasado para ser testigo de algún hecho histórico? Si bien con la ciencia de hoy es imposible, en fenómenos microscópicos es posible lograr algo parecido a un retroceso en en tiempo. Se conoce a este fenómeno como reversión temporal.
Un grupo Experimental de Resonancia Nuclear de la Facultad de Matemática, Astronomía y Física de la Universidad Nacional de Córdoba, dirigido por el doctor en física e investigador principal del Conicet Horacio Pastawski esta investigando estos procesos.
En nuestro programa Diana Costanzo realizó una entrevista al doctor Pastawski para profundizar en el tema de la reversión temporal.

Investigación, producción y entrevista: Diana Costanzo
Edición sonora: Diego Rosato
Coordinación de Contenidos: Susana Pelayes
Radio Nacional de Argentina

Escuchar programa


Carlo Ginzburg en Radio Nacional

Carlo Ginzburg es uno de los historiadores más importantes de la actualidad. El autor de un libro fundamental para la historiografía de hoy, y en especial para la microhistoria El Queso y los Gusanos fue entrevistado en Con Ciencia y Trabajo por Carlos Subosky en el programa del 6 de febrero de 2005. Ginzburg habló de la importancia de la historia, de sus trabajos actuales, del concepto del individuo y sobre le uso del método microhistórico para la investigación.
Locución: Adrián Fernández
Producción, edición, entrevista, investigación y
guión: Carlos Subosky
Edición Sonora:Natalia Liubaroff y Diego Rosato
Traducción: Romano Martineli
Coordinación de Contenidos: Susana Pelayes


Bibliografía de Carlo Ginzburg en español - El queso y los gusanos. El cosmos según un molinero del siglo XVI. - Pesquisa sobre Piero. - Mitos, emblemas, inicios. - Historia Nocturna. - El juez y el historiador. - Ojazos de Madera. Nueve reflexiones sobre la distancia. - Tentativas.


Giovanni Levi en Con Ciencia y Trabajo

Giovanni Levi es un destacado historiador italiano, considerado como el padre del método microhistórico. Levi es profesor en la Universidad de Venecia y fué entrevistado por Carlos Subosky, para el programa
Con Ciencia y Trabajo. Levi nació en Milán en 1939 y es primo del escritor Primo Levi. Uno de sus libros más importantes es la Herencia Inmaterial, una investigación sobre un exorcista piamontes que vivió durante el siglo XVII. Fue director, junto a Carlo Ginzburg de la colección Microstorie, Einaudi, Turin y co director, también junto a Ginzburg de Quaderni Storici.


Locución: Diana Costanzo
Producción, entrevista, edición, investigación y guión: Carlos Subosky
Edición sonora: Diego Rosato
Coordinación de Contenidos: Susana Pelayes


Bibliografía de Giovanni Levi en español
La herencia inmaterial Historia de los jóvenes ( obra en colaboración con J. C Schmit)


viernes, octubre 06, 2006

Nota sobre Microhistoria

Justo Serna es un especialista en microhistoria y uno de los historiadores más importantes de habla hispana. Es profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Valencia y se ha dedicado a la Historia Cultural.
Serna nos ha cedido, gentilmente, un artículo sobre microhistoria, que escribió junto con el historiador español, Anaclet Pons. Los invitamos a disfrutar de este excelente artículo y a visitar su página:
http://www.uv.es/jserna/ y su blog http://blogs.epi.es/jserna/

Algunos de sus libros son fuente constante de consulta.
Cómo se escribe la microhistoria, en conjunto con Anaclet Pons

La historia cultural en conjunto con Anaclet Pons.

NOTA SOBRE LA MICROHISTORIA.
¿NO HABRÁ LLEGADO EL MOMENTO DE PARAR?


Justo Serna y Anaclet Pons
Universidad de Valencia

Publicado en Pasado y memoria, núm. 3 (Alicante 2004), págs. 255-263

1. A principios de los años noventa, Peter Burke editaba un volumen titulado New Perspectives on Historical Writing. Se trataba de un texto en el que diversos autores trazaban el mapa de la historiografía entonces vigente, un bosquejo hecho por académicos de gran relieve. De ese modo, cada uno de los autores presentaba el significado de las prácticas históricas que habían tenido mayor desarrollo.
Se tradujo al castellano bien pronto, en 1993, con el título de Formas de hacer historia.Allí, como en la edición original, el lector español tenía la posibilidad de hacerse una idea de lo que era la microhistoria gracias a la contribución de uno de sus más celebrados representantes: Giovanni Levi. La obra ha gozado de influencia y ha servido para dar a conocer algunos de los avances más notables de la disciplina. Una década después, el libro se reeditaba con ligeras variaciones.
Así, en el brevísimo prefacio que Peter Burke incluye a esa segunda edición advierte que la principal novedad del texto es el añadido de “algunos párrafos sobre la investigación reciente en historia de la lectura, historia intelectual y microhistoria para actualizar los capítulos de Robert Darnton, Richard Tuck y Giovanni Levi”.En relación con este último autor, Peter Burke redacta un apartado específico, un apéndice informativo titulado “El debate de la microhistoria”. En esa breve adición reconoce que dicha perspectiva historiográfica “no ha dejado de florecer en el sentido de que cada vez se publican más estudios sobre este género en diversos idiomas”. Entre otros cita volúmenes de los años noventa debidos a Oswaldo Raggio, Alain Corbin, Jaime Contreras y Hans Medick. A su parecer, todas estas obras podrían clasificarse en tres tipos de microhistoria. Por un lado, las que toman como objeto de análisis comunidades o pueblos, que siguen siendo las más numerosas. Por otro, “abundan también los estudios sobre individuos olvidados”, añade Burke. Y, en fin, quedaría una tercera variante de investigaciones centradas principalmente en familias.
“Por fascinante que sea”, sigue Burke, el lector estaría obligado en todo caso a preguntarse si esta profusión de estudios microhistóricos no habrá provocado ya cierto hartazgo, si no se habrá agotado ya el rendimiento intelectual que esta perspectiva abrió en su momento. Montaillou, en 1975, y El queso y los gusanos, en 1976 fueron textos pioneros y también lo fue La herencia inmaterial, en 1985, textos muy atractivos que revelaban las posibilidades de la microhistoria en las tres vertientes que Burke detalla: como estudio de comunidad, de individuo y de familia. Así pues, el británico reconoce el valor extraordinario de aquellas investigaciones pero no cree que esté justificado repetirlas hasta la saciedad. “Después de los pioneros”, se pregunta Burke, “¿no habrá llegado el momento de parar?”
La respuesta que nos da no es tajante, pues cree que el valor de las obras que han venido después depende del objetivo que se planteen. A su modo de ver existen dos riesgos fundamentales en el cultivo de la microhistoria. Uno sería el de tomarla como una especie de etiqueta que sirviera para rotular toda investigación basada en documentos curiosos, raros o incluso excepcionales que tuvieran algún interés humano. Otro peligro sería el de convertirla en un fin en sí mismo, de modo que cualquier minucia, cualquier cosa insólita o llamativa, mereciera ser tratada en una monografía. ¿De verdad son riesgos?
En el fondo, podríamos argumentar, cuando el público potencial prefiere obras de esta naturaleza lo hace buscando la rareza, lo inaudito, pero también lo cotidiano en el pasado; unos lectores que, aturdidos por el presente extraño, frecuentemente incomprensible, que les toca vivir, encuentran en este tipo de volúmenes satisfacciones diversas. Obtienen, por ejemplo, evasión, una huida o escape del azaroso hoy que tanto preocupa, pero también sorpresa, contraste con su mundo, un conocimiento a partir de lo distante y lo diferente. Nada que objetar, puesto que el problema posible de la microhistoria no está en la lectura y en el uso que hagan sus destinatarios, sino en la concepción y elaboración que sus autores se planteen. En efecto, un historiador pecaría de irrelevancia si la elección de su objeto sólo se debiera al interés erudito o a la simple rareza del caso, si sólo tomara el documento como un depósito de curiosidades. En cambio, cualquier objeto o cualquier fuente histórica son susceptibles de un análisis complejo y significativo, siempre y cuando aquello que se pregunta el historiador sobrepase el mero detalle de lo puntilloso, ese dato en sí mismo llamativo, deslumbrante. Por eso, Peter Burke señala que las técnicas son relevantes cuando se emplean como método para formular problemas históricos perdurables o diferentes de los actuales.

2. Desde nuestro punto de vista, los reparos que pudieran hacerse a la microhistoria no tienen por qué ser necesariamente distintos de los que se ponen a la disciplina en general. Para precisarlo, permítasenos emplear una distinción conocida y útil, la que diferencia entre información, conocimiento y saber. La información es el dato bruto de la experiencia, ese conjunto de noticias sobre cualquier cosa ocurrida, por ejemplo, en el pasado, y que aumenta nuestra erudición. Libros que proporcionan este tipo de contenidos los hay de toda suerte, no sólo en la microhistoria, y en cualquier caso el rédito que de ellos se obtiene es, como mínimo, incrementar nuestro bagaje: en el peor de los casos, sólo la diversión pasajera que nos da el repertorio de curiosidades. El conocimiento, por su parte, lo hallamos en aquellos libros en que el autor somete los datos a una determinada perspectiva que los sobrepasa. De lo que se trata es de rebasar la curiosidad o el episodio o el acontecimiento para enmarcarlos en el contexto de las discusiones académicas. Con ello, aumenta lo que se conoce acerca de determinado objeto historiográfico: en el peor de los casos, se trata de monografías muy especializadas que sólo interesarán a los previamente interesados, es decir, a los expertos y agremiados. Pero lo relevante para la disciplina no es necesariamente lo importante para la sociedad, enfrentada a problemas que no suelen coincidir con las preocupaciones de los académicos. Por su parte, el saber, como experiencia humana, es, en efecto, algo distinto, algo que no debe confundirse ni con el aumento de la información bruta ni con la sofisticación del conocimiento técnico, aunque ambas cosas sean una base para construirlo. En realidad, ese saber es la capacidad de discernimiento, de juicio experimentado, de sensatez, de frónesis, por decirlo al modo aristotélico, que nos permite evaluar las consecuencias de nuestros actos y los efectos de la información y del conocimiento. Frónesis es un vocablo griego que Heidegger devolvió a la actualidad y sobre el que reflexión también Gadamer. En el seminario que impartiera en 1923 sobre la Ética a Nicómaco, Heidegger identifica la phrónesis, la virtud de Aristóteles, con la conciencia moral que nos obliga a volver a nosotros mismos. No es la antigua prudentia que, como virtud, la Iglesia ha incorporado cristianizándolo, sino la decisión de aquel cuyo ser siempre se pone en juego, la razón práctica que ilumina parcialmente a un ser que se halla en la oscuridad. A ese saber es precisamente al que nos referimos para distinguirlo de la información y del conocimiento técnico.
En este último caso, cuando un volumen aporta verdaderamente saber, las preguntas que el autor se plantea suelen ir más allá de la mera curiosidad y del campo del que es especialista. Es decir, las cuestiones que formula son profundas y sobrepasan las fronteras de lo académico. Por eso, las lecturas que hace y las herramientas que utiliza le aproximan a aquellos otros colegas y rivales que también rebasan su propia especialidad. Esa confluencia, por otra parte, parece ser un signo de nuestro tiempo, en el que fluye no sólo la información o el conocimiento de las respectivas disciplinas, sino que también se hace más explícito lo que a todos nos afecta, aquel conjunto de problemas que nos acucian y que ninguna ciencia por sí sola resolvería. Así, no es extraño hoy que las mejores o las más avanzadas investigaciones de los campos respectivos se califiquen empleando el adjetivo de la disciplina vecina o incluso rival. Por eso no es raro hablar de sociología histórica o de historia antropológica y tampoco lo es, por ejemplo, que el término historicismo reviva para fines distintos a los que estábamos habituados y que sirva hoy para rehabilitar cierta crítica literaria.
Quizá sea el antropólogo norteamericano Clifford Geertz quien mejor ha leído esta intersección o cruce de intereses, aunque en su caso sólo se trata de abordar la vecindad cada vez mayor que existe entre etnólogos e historiadores. En sus Reflexiones antropólogicas sobre temas filosóficos, Geertz destacaba estas fluidas relaciones, estos préstamos y vínculos que se dan, hasta el punto de producirse una interacción densa entre ambas disciplinas. La mayor parte de este intercambio, decía el norteamericano, se compone de citas mutuas, de modo que los historiadores que se dedican a la Italia renacentista mencionan a etnógrafos que han trabajado sobre el África central, mientras que antropólogos dedicados al sudeste asiático aluden a historiadores de la Francia moderna. Pero esto sólo es lo más visible, lo que a simple vista se aprecia. Hay, sin embargo, una confluencia más profunda y precisamente tiene que ver con la microhistoria. Como el propio Geertz ha destacado y aplicado en sus obras, el estudio de un caso no es necesariamente algo sencillo ni el interés que despierta se debe sólo a la mera curiosidad. Además, puede ser un ejercicio de análisis que ayude a comprender otros casos distantes espacial o temporalmente. En el fondo, de lo que hablamos es de la descripción densa que formuló este antropólogo. Como se sabe, reducir la escala de observación para estudiar la conducta social permite apreciar acciones y significados que, de otro modo, son invisibles. Una vez agrandado el objeto, intentamos captar el sentido de los actos humanos y eso no es irrelevante, no es un asunto menor, puesto que el comportamiento de cada individuo o las vivencias de una pequeña comunidad son importantes en sí y traducen en el caso particular la brava lucha que cada uno de nosotros se plantea para vivir en una circunstancia determinada. El antropólogo ve esa acción y procura darle un significado a partir de su información o de los testimonios de que se vale, es decir, hace del objeto una descripción densa. ¿Y para que serviría un conocimiento profundo de un caso así?
La respuesta más inmediata que probablemente podríamos dar sería la de la representatividad: siempre que el caso pueda generalizar o servir de ilustración de una tónica general, entonces su pertinencia estaría fuera de toda duda. Y, sin embargo, Geertz nos previene precisamente contra eso mismo: el conocimiento local no es averiguarlo todo de la aldea para no trascenderla, de modo que el resultado sólo interese a los lugareños; pero tampoco es tomarla como emblema, metáfora o espejo de una totalidad, de manera que la conclusión sólo confirme el proceso previamente conocido. En el fondo, el antropólogo que obre al modo de Geertz averiguará muchas cosas sobre la conducta humana cuando la estudie en los primitivos y ese saber le permitirá entender la cercanía y la distancia que esa tribu tiene con respecto a su país de origen o con respecto a la cultura de la que aquél procede. A la postre, cuando realiza sus laboriosas investigaciones, el etnólogo no se está preguntando por la representatividad de su objeto, por la generalización del caso, por la extensión de los resultados. En realidad, su monografía le permite acopiar saber y conocimiento que servirán para comparar y para establecer prudentes analogías. Y, además, ese análisis incorpora un método, una forma de rescatar el significado de dichas acciones y una manera de construir el objeto de estudio. Que los resultados sean inmediatamente generalizables o no, que pueda predicarse del caso su representatividad, es algo posterior. A un weberiano como Geertz no le extrañaría, en efecto, que el análisis de la conducta partiera de la acción: el acto concreto tiene un significado para quien lo emprende y para sus espectadores y para ese observador distante que finalmente lo estudia.
En el caso de la historia, al tratar las acciones según una perspectiva diacrónica, la cuestión de la representatividad y de las consecuencias generalizables de los actos es más perentoria. De hecho, se suele descalificar a la microhistoria porque no serían significativos o representativos. Así, se dice que las prédicas de Menocchio, el molinero de Carlo Ginzburg, no tienen un impacto remotamente comparable al de las ideas de Lutero; o que la literatura clandestina que estudia Robert Darnton no puede situarse al mismo nivel que las páginas áureas de la Encyclopédie. Por supuesto, respondería cualquier historiador sensato. El padre del protestantismo o la obra editada por Diderot y D’Alembert tuvieron unas consecuencias que hoy calibramos y admitimos como de mayor alcance. Pero ¿quién decide que lo que sucedió en otra escala o a individuos sin relevancia especial es menos significativo? A cualquiera de nosotros no nos gustaría que el historiador del mañana nos tomara como un dato prescindible de la experiencia, puesto que cada una de nuestras acciones es relevante como ejemplo de la epopeya humana. Lo que sí es cierto es que, desde la perspectiva de una historia más tradicional, pueden causar cierta sorpresa. Como ha señalado John Lewis Gaddis, “¿quién habría predicho que hoy estudiaríamos la Inquisición a través de la mirada de un molinero italiano del siglo XVI, la Francia prerrevolucionaria según la perspectiva de un obstinado sirviente chino, o los primeros años de la independencia norteamericana a partir de las experiencias de una comadrona inglesa?” Como Gaddis concluye, es el historiador quien selecciona lo que es importante, y no en menor grado que si se tratara de un relato sobre una célebre batalla o la vida de un conocido monarca. Es decir, que el caso de Menocchio o los otros ejemplos que cita el historiador los toma como perspectivas que de los grandes hechos o procesos tienen testigos menores, cuya versión o cuyo relato acaban siendo muy significativos, pues nos describen su posición en el tiempo y en el espacio y cómo vivieron y experimentaron determinada circunstancia. Con ello se iluminan aspectos del pasado que, de otro modo, quedarían oscurecidos.

3. Desde este punto de vista, pues, y en función de lo que acabamos de decir, la microhistoria continuaría viva a pesar de la defunción que sus practicantes italianos habían decretado a la altura de 1994. Fue entonces cuando las disensiones en el grupo original y las diferencias de perspectiva les llevaron a juzgar acabada dicha experiencia. Sin embargo, el propio Carlo Ginzburg, tenido como el máximo referente de esta forma de hacer historia, parece haber reconsiderado esa posición. Así se expresaba en 2003 en el prefacio de un volumen mexicano en el que se recopilaba una parte de su obra, titulado Tentativas. En ese texto, el autor italiano recuerda cuál fue el origen de la microhistoria. A su entender, el impulso, el éxito, derivaba de una profunda crisis de las ideologías, de una crisis de la razón y de los metarrelatos, manifiesta ya a finales de los años setenta. Pues bien, la vitalidad de la corriente se explicaría ahora por la persistencia de la situación histórica que condujo a aquella crisis. De ahí que indagar sobre el acontecimiento y sobre el individuo sean hoy, todavía, propuestas atractivas y significativas para los problemas que nos acucian. En efecto, dice Ginzburg, “después del 11 de septiembre de 2001, este problema está más abierto que nunca”.
El atentado contra las Torres Gemelas, que resulta tan llamativo, tan retransmitido, tan grave, es a la vez un ejemplo de la dificultad que encierra el acontecimiento, lo singular, el caso para el observador. Para entenderlo retomaremos una idea que expusimos anteriormente, al inicio de Cómo se escribe la microhistoria. ¿Cómo pueden conocerse el todo y la parte? Hay distintas maneras de emprender su conocimiento: como nos proponía Omar Calabrese, una sería a partir del detalle, otra tomaría como punto de partida el fragmento. Cuando, por ejemplo, nos representamos una obra de arte, podemos concebirla como un todo, como un conjunto o sistema compuesto de distintas partes o de diversos elementos. De este modo, si partimos del conocimiento previo del todo, las porciones que lo forman se nos presentan como detalles del mismo; por el contrario, cuando ese conjunto nos es desconocido, sus partes se nos presentan como fragmentos. Por ejemplo, cuando de un óleo se nos se saca una fotografía parcial, entonces se dice que es un detalle; en cambio, cuando sólo poseemos un trozo de lo que en su momento suponemos que fue una vasija, entonces lo que tenemos ante nosotros es sólo un fragmento. Un detalle es un corte hecho a un entero conocido; un fragmento, cuya etimología nos remite al infinitivo latino frangere, alude a algo que se ha fracturado: no es un corte artificial, deliberado, sino que ha sido seccionado de manera accidental, fortuita, sin intervención del observador actual. Si no contamos con todas sus fracciones, el entero está in absentia, y si quisiéramos reconstruirlo procederíamos tentativamente, añadiendo partes y completando vacíos. La meta es conocer el entero del que forma parte y, por tanto, lo que haremos es relacionar esos restos entre sí.
Por eso, Carlo Ginzburg ha titulado ese libro mexicano con el acertado rótulo de Tentativas. Como señala en la introducción, esa palabra deriva del latín temptare, cuyo significado es el de tocar, palpar, es decir, rozar con levedad algo sin que se identifique del todo, simplemente porque no lo divisamos por entero. Así, “quien hace investigación es como una persona que se encuentra en una habitación oscura. Se mueve a tientas, choca con un objeto, realiza conjeturas: ¿de qué cosa se trata?, ¿de la esquina de una mesa, de una silla, o de una escultura abstracta?” Así pues, ¿en qué consiste el 11 de septiembre?, ¿qué clase de acontecimiento es ése, cuál es el entero al que pertenece, merece ser estudiado como tal suceso o es sólo un episodio de una historia general?
Por tanto, dado que el contexto en el que surgió la microhistoria se mantiene o, incluso, se muestra más evidente, parece lógico que dicha práctica (o “proyecto historiográfico” como ahora lo califica Ginzburg retrospectivamente) siga rindiendo frutos. No obstante, quienes la cultivan o quienes la observan con interés admiten el riesgo que una historiografía audaz puede entrañar. Por eso mismo, autores como Burke o el propio Ginzburg condicionan su aceptación al cumplimiento de determinados requisitos. Sólo si las investigaciones observan esas pautas, entonces se podrá llegar a conclusiones significativas. Por ejemplo, en esa reedición española de 2003 de Formas de hacer historia, el británico aceptaba la microhistoria, siempre y cuando los investigadores situaran sus objetos en lo macrosocial, es decir, cuando las experiencias se pusieran en relación con las estructuras, cuando las interacciones personales se captaran dentro el sistema social, o cuando lo local fuera contemplado como parte efectiva y significativa de lo global. La propuesta de Perter Burke es de todo punto sensata y razonable, incluso podría considerarse como una proclama clásica y a la postre poco novedosa por cuanto esas exigencias se hicieron explícitas en la ciencia social desde décadas atrás. En todo caso, esas afirmaciones deben entenderse desde los propios trabajos del historiador británico, desde su peculiar manera de hacer historia. Cualquiera que haya leído o frecuentado sus obras más celebradas, habrá advertido la clave que dirige sus análisis. De un lado, apreciaremos la extrañeza de los objetos que elige, la audacia con la que trata esos temas que aborda y la reducción de la escala con que los observa. De otro, lejos de resignarse al caso, Burke emprende una inmediata o posible generalización a partir de los datos acopiados, de lo que ya se sabe, de modo que manifiesta una clara voluntad de trascenderlos planteando su análisis dentro de los procesos más vastos y de las categorías que los nombran. De ahí que esas propuestas de control intenten evitar, a juicio del británico, que la microhistoria puede convertirse en una especie de escapismo, en el acatamiento de un mundo fragmentado en el que ya no habría explicación plausible.
Si ésas son las palabras de Burke, los comentarios que en 2003 Carlo Ginzburg hace en su libro Tentativas son bien distintos. A su entender, en la auténtica microhistoria, la que él defiende y califica ahora como proyecto historiográfico, identificaremos un variado conjunto de elementos que son los que avalan su relevancia. En un libro que se rotule como tal, hallaremos la reflexión sobre lo particular, sobre el caso que examina; la conexión entre historia y morfología, es decir, el rastreo y la comparación de las formas culturales en sus distintos contextos apreciando sus semejanzas y parentescos; la oscilación entre lo micro y lo macro, la alternancia, pues, entre lo observado en primer plano y lo captado en otro general; la consciencia narrativa, esto es, la deliberación de examinar narrando, de estudiar el caso relatando su avatar; el rechazo del escepticismo posmoderno, vale decir, el reparo básico a toda forma de relativismo epistemológico; y, en fin, la obsesión, añade Ginzburg literalmente, por la prueba, esto es, por el documento que remite al pasado bajo determinadas condiciones. Pues bien, como en el caso de Burke, esos rasgos o exigencias perfilan mejor su propia andadura o requerimientos personales, que son al fin y al cabo los del microhistoriador más afamado, que un programa general que todos puedan aceptar y practiquen. No se trata tanto de discutir ahora la pertinencia de esos rasgos, sino de apreciar a qué responden.
Ginzburg y Burke, pero también otros, constatan conscientemente un doble proceso. Por un lado, la vitalidad que las últimas décadas ha tenido el estudio de caso, el estudio de lo micro, que incluso se ha podido llevar hasta el extremo tomando asuntos verdaderamente menores como objetos de análisis y como fines en sí mismos. Por otro, han advertido los riesgos que esa pulverización entrañaba, a la vista de esa miríada de temas y de objetos que han proliferado entre tantos autores que se acogen al gusto por la curiosidad y al prestigio de la microhistoria o de la historia cultural. De ahí que Burke y Ginzburg hayan establecido esas precauciones antes enumeradas para evitar la deriva en la irrelevancia, precauciones que son siempre una traslación de sus experiencias personales. De ese modo, no importa tanto lo que cada uno diga como el sentido que eso tiene. Y tampoco importa tanto el nombre que se le dé a esa práctica. Ginzburg hablaba de microhistoria, el antropólogo Clifford Geertz hablaba de miniaturas o de historia etnografiada y, en fin, Robert Darnton hablaba de retratos históricos, esas instantáneas que captan los movimientos de un individuo o individuos dentro de un marco, dentro de un campo que es el contexto del que da cuenta el investigador. En cualquier caso, sean microhistorias, miniaturas o retratos, las obras deberán ser relevantes por sus datos, por el conocimiento que proporcionan y por el saber al que deben aspirar. Por tanto, la pregunta inicial sobre la microhistoria, la de si no habrá llegado el momento de abandonarla, se responde recuperando lo que en ella hay de valioso y cuestionando lo que consideramos fútil.

4. En conclusión, una microhistoria mal entendida sería aquella que cultivara la anécdota, lo pintoresco, lo periférico o lo extraño por sí mismos. El pintoresquismo lo que hace es convertir los objetos en incomparables de modo que sólo resultan de interés a quienes busquen evasión o deseen saciar su curiosidad. El localismo, por su parte, describe realidades que sólo inquietan o atraen a quienes habitan en esa localidad y, por tanto, le amputa una dimensión general. Cosa bien distinta es cuando el microhistoriador adopta un lenguaje y un enfoque tales que presentan el objeto como una verdadera traducción, un abandono de la perspectiva localista o pintoresca. Es decir, la meta no debería ser sólo estudiar el caso, sino intentar analizar cómo los problemas generales que nos ocupan se dan y se viven de manera peculiar en un lugar y en un tiempo concretos. Ahora bien, eso no puede significar en modo alguno que lo particular sea sólo una manera de confirmar lo general, puesto que no es un reflejo pasivo de algo más vasto.
¿Qué es lo que hace interesante a un personaje histórico? ¿Las características que lo identifican con su comunidad o, por el contrario, una personalidad y unos actos peculiares que lo distinguen más allá de lo que comparte con sus contemporáneos? Desde esa perspectiva, un error posible en toda reconstrucción microhistórica es presentar al personaje como un ser extraño, intraducible a las categorías del conjunto. Pero también lo sería si lo hiciéramos depender por completo de su tiempo, como si su existencia fuera un espejo en el que observar sin más la sociedad en la que vivió, como si sus acciones no fueran distintas en nada de las que llevaron a cabo sus amigos, sus parientes, sus cercanos. ¿Qué es, por ejemplo, lo que nos atrae del pseudoMartin Guerre, de Natalie Zemon Davis? Desde luego, no el hecho de que fuera un campesino típico y, por tanto, intercambiable por otros de su aldea, sino la forma en que vivió, el modo en que interpretó personalmente ese mundo que le rodeaba, la manera en que suplantó la personalidad del ausente y se integró en la localidad con el fin de emboscarse. Cuando a un individuo lo tomamos como muestra representativa nos arriesgamos a despersonalizarlo, a arrancarle su peculiaridad que lo hace significativo considerando su ejemplo sólo por lo que de más general encierre. Y ése no es el caso de las mejores obras de microhistoria.


Referencias bibliográficas

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Geertz, C., La interpretación de las culturas. Barcelona, Gedisa, 1987.

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